Elliot Harrington
Es 22 de junio.
No necesito un calendario para saberlo.
Cada vez que llega esta fecha, una sensación familiar y desagradable se instala en mi pecho: culpa, remordimiento, odio. Me resulta casi imposible ignorar estos sentimientos, y aunque lo intente, siempre termina siendo igual.
Es tarde y sigo despierto, tirado en la cama, mirando el techo. Intento bloquear los recuerdos de mi mente, pero cada vez que cierro los ojos vuelven con más fuerza, como si trataran de recordarme una y otra vez el mal hermano que soy.
Después de un rato, escucho el sonido de suaves pasos afuera de la habitación. Sé que es Eloy. Lo imagino indeciso, sin saber si entrar o no. Él lo intenta, lo sé, él quiere ayudarme. Ojalá tuviera el valor de pedirle que entre y me abrace.
Quisiera decírselo, pero no puedo. No quiero que me vea así de frágil.
Los pasos se alejan y el silencio vuelve a adueñarse de la habitación. Me quedo otra vez solo, respirando hondo tratando de sacarme la punzante sensación de angustia de mi pecho.
Me cubro el rostro con ambas manos, frustrado, y suspiro profundamente. Me doy por vencido y dejo salir lo que he estado conteniendo hasta hoy.
Lágrimas incontrolables empiezan a brotar de mis ojos, y un gran nudo se forma en mi garganta, ahogándome y desgarrándome por dentro. Mi nariz empieza a taparse, impidiendo que respire bien, y mi cabeza comienza a doler.
Sin embargo, me merezco todo esto.
Y con ese pensamiento en mente, dejo que me consuma cada sentimiento de culpa, remordimiento y desprecio hacia mí mismo hasta quedarme profundamente dormido.
(...)
— Así que...— una voz me interrumpe.— por fin logro encontrarte.
—¿Qué?— murmuro, despertando desorientado. Al abrir bien los ojos, noto que ya no estoy en mi cama. Confuso, miro a mi alrededor, dándome cuenta de que ni siquiera estoy en mi habitación... probablemente ni siquiera esté en el hogar.—. ¿Dónde estoy?
La habitación es vieja y está iluminada por dos candelabros. Las paredes están manchadas de humedad, y la puerta de madera blanca tiene grietas en los bordes y en el centro. Una ventana a mi costado muestra una noche completamente oscura.
— Solo han pasado seis años desde la última vez que nos vimos, Elliot.— dice una figura apareciendo frente a mí.— No puede ser que ya no me recuerdes.
—¿Alice?— digo al reconocer a la alta pelirroja. Ella asiente.—. Alice, no puedes aparecer así en mi mente.
— Llevo tiempo intentando comunicarme con ustedes; esta es la única solución que encontré.
—¿Qué quieres?— pregunto de mala gana poniéndome de pie, sin acercarme demasiado.
— Oh, ¿en serio te vas a poner así?— habla divertida.— Llorando como un bebé dudo que alguien se crea ese papel de chico malo.— se burla, esbozando una sonrisa llena de ironia. Rápidamente paso una de mis mano por mi rostro.
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La maldición D'Aemon
FantasyTheodore D'Aemon maldijo a su propia sangre y al mundo, sembrando un miedo que hacía temblar a las figuras de poder que temían su legado. Con el paso de los siglos, su maldición se desvaneció en el olvido, hasta que de un acontecimiento provocado en...