Miserere mei, Deus

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Miserere mei, Deus(PruAus)

No podía dejar de mirar aquellos ojos que refulgían con la furia de las llamas de un ave fénix. Sus orbes escarlata se habían posado sobre los fríos y delicados ojos violáceos del austriaco que habían mostrado siempre la dureza del corindón, hecha añicos en ese momento.

Es necesario ser de diamante para afrontar las situaciones más peliagudas, eso era lo que siempre se había dicho para auto convencerse de su valía y poder. Pero él había aparecido de repente, desbaratando su escudo de autocontrol y estima en si mismo en lo que tarda un pájaro en echar a volar temeroso cuando se sabe descubierto por su cazador.

Era noche lluviosa de finales de noviembre y el frío calaba en los huesos, implacable heraldo del invierno vecino. El palacio estaba a oscuras, sumido en un sueño casi eterno ya que las cortinas rara vez se descorrían para que el sol penetrara en las estancias del aristócrata. Era huésped de la noche y su contacto con el sol le estaba prohibido. Lo odiaba, lo detestaba. Su reinado estaba lejos de los rayos de Helios,no podían tocarle. La oscuridad era su sentido de existencia, su razón de ser. Si esta desapareciese, su caída al abismo sería irremediable.

Y es que la Sombra ocultaba los sentimientos de su corazón sempiterno porque una vez había visto los ojos de la luz y había caído en pecado perpetuo. Aquellos ojos rojos le habían contemplado, siervos de la lumínica providencia. Por ello, todas las noches, se asomaba a la profundidad infinita de la oscuridad e invocaba a la compasión para que acudiera a él:


Ten piedad de mí, oh Dios, por tu gran bondad

De acuerdo con la multitud de tus piedades, elimina todas mis ofensas.

Lávame más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.

Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre delante de mí.

Contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos: que seas reconocido justo en tu palabra, y claro cuando sea juzgado.

He aquí, yo nací en iniquidad, y en el pecado de mi madre fui concebido.

Pero he aquí, que requieres la verdad en lo íntimo, y me haces entender la sabiduría secretamente.

Tú purifícame con hisopo, y seré limpio: Tú lávame y quedaré más blanco que la nieve.

Tú me haces oir hablar de gozo y alegría: como los huesos que han abatido mi regocijo.

No vuelvas tu rostro hacia mis pecados, y saca todas mis maldades.

Házme de un corazón limpio, oh Dios, y renueva un espíritu recto dentro de mí.

No me alejes de tu presencia, y no tomes tu Espíritu Santo de mí.

O dame la alegría de tu ayuda nuevamente: Y afírmame con tu espíritu libre.

Entonces voy a enseñar tus caminos a los malos, y los pecadores se convertirán a ti.

Líbrame del pecado sanguíneo, oh Dios, Tú que eres el Dios de mi bienestar: Y cantará mi lengua tu justicia.

Tú me abrirás los labios, oh Señor, y mi boca mostrará tu alabanza.

Pues si hubiérais querido un sacrificio, yo os lo hubiera dado: pero no os deleitéis en los holocaustos.

El sacrificio de Dios es un espíritu quebrantado: un corazón contrito y roto, oh Dios, no lo desprecies.

Más Allá de Nuestra Vida (PruAus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora