El demonio de la dama

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Era un hermoso pueblo rodeado de grandes montañas. Ahí vivía una joven de unos veinte años con hermoso cabello largo, amplia sonrisa y de buenos sentimientos. Ella había quedado huérfana a los cinco años. Y, además, de ello padecía una discapacidad visual.

A pesar de todo, la joven poseía un noble corazón y unas ganas de sobresalir; y, sobretodo, se divertía mucho jugando con el viento. Desde pequeña llevaba una pulsera dorada con la figura de un ave en su muñeca derecha. Era un recuerdo de sus padres que cuidaba con mucho afecto.

Cuando sus padres murieron, fueron sus abuelos paternos los que se hicieron cargo de ella. Con el tiempo, ellos tuvieron que aceptar que algún día llegaría el momento que menos deseaban.

—Ya estamos viejos y cansados... ¡Qué será de ti, Lyvi!

—Abuelitos, no deben preocuparse... Es mejor pensar en cosas alegres.

Ella vendía hermosas flores de múltiples y llamativos colores todas las mañanas por las calles del pueblo. Flores que recogía de las faldas de una montaña. Así mismo, por las tardes, acompañaba a una niña de siete años que padecía un mal cardíaco, mientras la madre de esta le preparaba la cena.

Lyvi mostraba mucho empeño; pero sólo recibía una pequeña compensación. A pesar del pago sentía afecto por la niña, ya que ambas se habían vuelto buenas amigas.

Por las noches pensaba, recostada sobre su cama, cómo sería su vida si sus padres estuviesen vivos. Pero lo único que consiguió fue quedarse dormida con mucha tristeza.

El primer sábado de la estación de invierno había llegado, y como era costumbre. Ella tenía que salir muy temprano y de madrugada a la montaña que se hallaba a poca distancia del pueblo a recoger las flores que vendía. Todo esto mientras afrontaba el complicado clima. Sus abuelos siempre intentaban ayudarla en lo podían.

Durante el trayecto, ella pensó si hubiese sido adecuado, debido al clima, pedir ayuda a uno de sus vecinos. Aunque creyó que quizá no era lo mejor, ya que los habitantes del pueblo casi siempre estaban ocupados en sus propios asuntos.

Cuando llegó a la montaña; no pudo percibir el relajante aroma de las flores, lo cual le pareció extraño. Continuó buscando... hasta que se topó con una de ellas. Sintió, entonces, que esta había sido arrancada. Preocupada; intentó hallar más, pero solo encontró algunas que estaban maltratadas. Se preguntó una y otra vez que es lo que haría, ya que las necesitaba mucho. Oyó luego unos chillidos por los alrededores y unas pisadas que se aproximaban... Cuando estas se detuvieron cerca de ella, escuchó la voz de un hombre que le dijo:

—¿Te encuentras bien?, ¿estás perdida?

Al oír esto Lyvi, le pidió que le describiese lo que ocurría a su alrededor.

Él hombre le explicó que sus cerdos se estaban dando un gran festín, y que era muy afortunado de hallar aquel lugar. Muy angustiada le dijo que esas flores eran muy valiosas y que las necesitaba para venderlas, pidiéndole que por favor retire a sus animales. Sin embargo, el hombre ni se inmutó: todo lo contrario, le dijo que ella no era nadie para pedirle eso, y que la tierra y las plantas eran de todos. Lyvi insistió cuanto pudo, sin embargo, no había manera de hacerle cambiar de opinión. Abatida y decepcionada, decidió marcharse... mientras el día se aclaraba poco a poco. Cuando estuvo por llegar a su casa; oyó a sus vecinos que murmuraban y preguntaban con curiosidad lo que sucedía.

Ella, muy extrañada, apresuró el paso. Y de repente sintió que alguien le sostenía la mano..., y llevándola al interior de su casa le dijo:

—Cuanto lo siento, hija,... ellos ya están en un mejor lugar. Ya no sufrirán más.

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