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En las ventanas del MD-90, se dibujó un alba bajo el horizonte, más solitario que nunca, rugía sobre el pacífico. Alber, contemplaba aquel paisaje con los ojos entre abiertos, ya no había mucho en que pensar. Una azafata pasó, contoneándose como una puta que él recordaba, allá, en Lima, y que frecuentaba en su tiempo de angustia existencial. Pudo oír a la azafata contestando dos palabras en español. Fue cuando vio por primera vez a los pasajeros que lo acompañaban en aquel viaje. Sí... Definitivamente era demasiada catástrofe para un solo pasajero.

Fue en ese instante donde su vecino se decidió a hablar:

- ¡Grandes noticas! Cayó Puerto Stanley, se rindieron las tropas argentinas, gran triunfo de Reino Unido.

—Puerto Argentino querrá decir usted.
—Corrigió Alber.

—Solo si eres argentino...—respondió el intruso. —¿Qué opina de la crisis económica latinoamericana? —Añadió, algo temeroso.

—Qué es lo que opino de la usura de la banca internacional, dirá usted. —Corrigió Albe.

El tipo se sorprendió.

—Con usted no se puede hablar, hombre—Dijo, sacando un cuadernillo de uno de sus bolsillos.

—Y a mí que mierda me importa.

El avión seguía viajando por el pacífico. Alber se quitó el cinturón oprimiendo el botón; se arrellanó en el largo asiento. A su costado, más allá del vecino insoportable, un niño castaño mascaba un chicle en francés; mientras tanto, su padre, también castaño, le juraba que su bolígrafo, peruano, podría escribir en todos los idiomas posibles.

Alber maldijo otra vez, Desde el momento de abandonar, para siempre los suelos de Perú, sus labios habían estado a punto de amplificar veinticuatro maldiciones; esta última era el número veinticinco y los ancestros de los Thatcher y los Galtieri comenzaban ya a darse cuenta en sus tumbas que se habían quedado sin carne y sin pelo.

El rostro de Alber se ensombreció. Lo recordaba todo. Como en una cinta de video, las imágenes estaban talladas en su mente; más aún palpitaban todavía: vio a Alexa, en su carpeta, en la universidad, vestida seximente con un jersey rojo y blanco; la recordó con sus clásicos jeans.

Casi alucina recordándola, cuando las manifestaciones bélicas, la última noche en el departamento, y después cuando la vio salir en la mañana, cuando escuchó su voz por vez final, cuando la vio cerras la puerta y escucho el eco de sus pasos en el corredor: En verdad que era demasiada catástrofe para un solo viajero...

Cuando se paralizó su corazón tras aquel grito desgarrador y él abrió la puerta aterrado... Cuando sus piernas temblorosas lo arrastraron a la perilla de la escalera y se dio cuenta, como en una pesadilla, que Alexa yacía inmóvil, diez metros abajo, y que nada se podía hacer porque así suceden estas cosas, así suceden todas las desgracias...
Enrollada, Alexa al pie del último peldaño, como un punto oscuro, como el punto final de una línea recta, solitaria y solitaria.

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⏰ Última actualización: Aug 18, 2021 ⏰

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