Frío, desgracia... Era lo único que recordaba. El resto lo había olvidado. No sabía quién era, dónde estaba ni qué hacía. Tenía el cuerpo completamente paralizado y un tenebroso silencio inundaba el lugar. Sólo deseaba morir.
De pronto la luz se hizo y pude abrir los ojos. Miré a mi al rededor y no había nada. Una intensa luz roja bajó de lo más alto y se acercó a mí.
-Te perdono. - dijo. - A partir de ahora serás la guardiana del sueño y evitarás que los humanos que pasen por él lleguen a la locura. Tú eres Flora, la Presencia Lunar.
Apenas pude hablar. No tenía cuerpo, sólo era un ente en aquella luz. La oscuridad volvió y de la nada me volví un monstruo gigante, tenía varias colas y una piel gruesa. Sin saber por qué estaba en el espacio, pudiendo observar la tierra completamente en la miseria: bestias por todas partes y humanos luchando contra ellas y ellos mismos. Realmente triste. Entonces me di cuenta: ahora era una diosa, un grande. Podía tener acceso a cualquier tipo de información y respuesta. El destino estaba sellado y poco podía hacer yo contra sus corazones ambiciosos que sólo dejaban cenizas por donde pasaban. La situación era lamentable.
Pero, podía recordar quién era o quién fui y de dónde venía. Me estremecí por completo y sentí el verdadero dolor, el dolor más intenso que he sentido jamás. Comencé a llorar con el corazón encogido recordándolo todo y no podía soportarlo. Estaba yo sola llorando en la infinidad del espacio y el vacío. Recordé aquella niña de Cainhurst que vivía en palacio con su familia pues eran nobles. Recordé también que un día atacaron el carruaje en el que iba ella con sus padres. Se trataba de una bestia que mató a ambos y por poco a ella, ya que por suerte un hombre de la zona presenció el desastre y ayudó a la chica a escapar. Lo único que se llevó de su hogar fue la espada que su padre llamaba Rakuyo. Ese hombre que la había salvado la enseñó a sobrevivir y defenderse y la educó como si fuera su hija, pero con el avance de la plaga su corazón noble y valiente no pudo evitar unirse a los cazadores de bestias. Ayudaba a defender la ciudad pero cada vez era más difícil y necesitaban a más gente. Cada día morían muchísimas personas y había algo extraño en toda la situación, que no tenía retorno. Empezaron a experimentar en personas la existencia de algún remedio o cura para la plaga y ella se ofreció voluntaria. Cuidaba a sus pacientes con amor y como si fueran sus hijos, pero no tardó mucho en darse cuenta de que nada funcionaba y sólo estaba fracasando. La frustración de ver a sus pacientes sufrir y no saber qué hacer la consumía, pero había alguien que hacía que se olvidara por completo. Una joven que había sido santa de la sangre se acercó mucho a ella siendo su único apoyo. Con ella plantaba flores que la daban paz y tranquilidad, hasta hacer un jardín entero. Bailaban al son de las campanadas de la torre del reloj durante horas. Poco a poco empezó a sentir un gran apego hacia ella pero no pudo hacer nada, no podía alejarse de la realidad. Ella se merecía esa historia de amor, pero tuvo que ayudar en una misión que la llevaría a su muerte. Tenían que investigar una criatura que había aparecido en una aldea cerca del mar y decidieron matarla. Aquella tragedia provocó que la criatura, que resultó ser una diosa; desatara una maldición para todo ser que pisaba el pueblo en ese momento. Los presentes fueron atrapados en una pesadilla junto con cazadores borrachos de sangre cada vez que dormían, lo que hizo que nunca más lo volviera a hacer. Tuvo que proteger la torre del reloj astral día y noche para proteger su secreto. Ella sabía perfectamente que no podría aguantar mucho más sin dormir y su cuerpo menos aún. Dejó las cacerías y se centró en tratar de salvar a sus pacientes porque sabía que ya no se podría salvar a sí misma. Su única razón de vivir, o eso creía; era la joven de sus ojos. Le regaló la llave de su terraza personal pero por desgracia ella no comprendió sus intenciones y se quedó en un amistoso detalle. Finalmente el arrepentimiento pudo con ella. Maldijo a la Iglesia, la maldijo hasta que se quedó sin voz. Sin duda quería pedir perdón a la diosa y le dejó un par de flores de su jardín en una tumba que puso ella misma, para que nadie olvidara el enorme error que se había cometido en el lugar. Se deshizo de su arma tirándola a un pozo. Había luchado hasta el final, lo sabía perfectamente, pero un único arrepentimiento puede matarte. Rompió en mil pedazos la única foto que tenía y, mientras estaba destrozada en su silla de madera; utilizó sus cristales para provocar cortes profundos en su muñeca. Tanto la sangre como las lágrimas caían al suelo, su ropa había quedado manchada pero no tanto como lo sucia que se sentía. Poco a poco sus ojos se fueron cerrando y finalmente murió...
Así acabé. Triste pero cierto. Un único culpable: la Iglesia. Miles de víctimas. Para siempre me quedaría en el silencio del vacío, lamentando mi vida y mi muerte.
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La Tragedia De Lady Maria- Historia Corta Lore Bloodborne
Short StoryMaldice a los demonios Maldice a sus hijos y a los hijos de sus hijos para siempre... Portada de @anastasia_miramarta en instagram