MI METAMORFOSIS

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MI METAMORFOSIS

ANNE AGUIRRE

Me he roto.

Creo que me he roto. Como Gregor Samsa después de su metamorfosis. Deshumanizada; así me siento. Todo lo que creía ser mi mundo se ha desplomado. Un simple abrir y cerrar de ojos, y adiós. Un inocente y breve pestañeo, y ya nada conozco. Todo ha cambiado. Porque ahora estoy aquí y quién sabe lo que me deparará el aquí.

Barcelona, me aterras.

Y es que estoy sola. Ahora más que nunca. En una habitación cuyas paredes desconozco y bajo un cielo que no reconozco. El viento se ha llevado cada uno de los aromas que me eran familiares y ya no sé quién soy. Se han deslizado por mis recuerdos, poco a poco, hasta difuminarse. Me he difuminado. Es el adiós. Ha sido el adiós más agridulce que jamás he tenido.

Te he tenido que dejar atrás. A ti. Tú, que me lo diste todo; que aún, a pesar de la distancia, lo sigues haciendo. Tú, que echo de menos el cosquilleo de tu barba cada vez que humedecía tus labios con los míos. Quiero que sigas dándomelo todo. Pero ya no puedo.

No puede ser. Porque ya no estamos. Porque me he ido para poder empezar de nuevo. Te echo de menos, lo siento, no puedo evitarlo. Y no, no estoy huyendo de ti. No quise hacerlo. Simplemente era el momento perfecto para hacer aquello que tú tantas veces intentaste. Tantas cadenas que me encadenaban a ti. Tantos intentos. Tú, que hiciste lo imposible, no pudiste; porque sé que solo yo puedo. Solo yo puedo abrir las alas y permitirme volver a creerme.

Recuperarme.

Te doy un abrazo sin darme cuenta de que puede que sea el último que dé en un largo tiempo. Disfruto del verde de tu mirada y hundo los dedos bajo tus labios antes de subirme al tren; es el momento perfecto para guardar tu rostro en la memoria. Porque aunque me vaya, no quiero olvidarte jamás. Has sido mi hogar, mi familia, mi refugio durante tanto tiempo, que si una vez me pareció eterno, ahora es más que efímero. Como yo. Como este momento. Me has cuidado, y ahora me toca a mí cuidarme. Porque si no lo hago ahora, nunca lo haré.

Adiós.

Así que guardo cada recuerdo en una maleta que pasa a llamarse nostalgia y te doy la espalda. Relación a distancia, no sé si será posible. Por mí, que hace tiempo dejé de sentir cosquilleos que se deslizan por mi piel hasta el monte de Venus. Te quiero, pero no de esa forma. Y no lo sabes. O creo que no lo sabes. No sé si seremos capaces, si seré capaz de afrontar lo que me depare esta nueva vida a kilómetros de ti. Tú sabes de esto más que yo, siempre lo has hecho. Has sido el sabio, el de las experiencias y el de los consejos. Has sido mis pies, mis brazos y mi corazón. Siempre.

Hasta ahora.

Porque quizás ahora yo sepa un poco más. Solo un poco. Porque la tengo delante. La veo siempre que entro en esta librería, cada días tras la universidad. Atravieso la puerta, la campanita suena y ella levanta la mirada. Me ve, me saluda con una pequeña mueca que solo yo soy capaz de percibir y vuelve a colocar sus profundos ojos negros en la portada de un viejo libro. El ruido que crean mis botines al andar llena el ambiente cada vez que entro en esta pequeña librería de segunda mano. Pero hoy el ruido es mayor. Es mi corazón, que tras cuatro semanas sin la piel del chico que una vez fue mío, palpita contra el pecho, ahora más ansioso que nunca.

Este es mi lugar.

Me tiemblan las rodillas y noto el sudor en cada esquina de mi cuerpo. Palmas, rostro y pies. No sé si me mira. No creo que lo haga. «¿Por qué iba a hacerlo?» es la pregunta que me hago siempre. Que no soy suficiente. No para ella. Para ninguna de ellas. Pero hoy me olvido de hacerla. Tan solo sigo caminando al ritmo de esos latidos cada vez más intensos. Cada vez más rápidos.

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