10. Libertad

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Siete de la mañana

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Siete de la mañana. Tengo a Dalia al teléfono gritando de desesperación. No encuentro mi zapato izquierdo. Mi padre perdió papeles muy importantes. Nessa parece acribillándolo con la mirada. Demasiadas cosas para ser lunes.

—Cálmate, Dalia —intento inútilmente prestarle atención a ella al mismo tiempo que veo si Blue lleva mi Converse negra en su hocico o simplemente olvidé donde la puse—. Si te tranquilizas a lo mejor pueda entender lo que me dices.

—¡Es que nadie me entiende! —ella chilla luego de sorberse la nariz sonoramente.

Me rindo ante mi búsqueda de la pequeña loba y pongo mi atención total en ella.

—Ahora sí, Ricitos, ¿Cuál es la causa de tanto escándalo?

—Mi padre me ha quitado las llaves del auto porque no quiero ir a vivir con él.

—Entiendo. Entonces podríamos irnos juntas a la universidad.

—Vives muy lejos.

—Iré por ti.

—Tendrías que salir más temprano.

—Es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer por ti.

—Aaw —la oigo empezar a sollozar del otro lado—. ¿Qué haría yo sin ti, Pelirroja?

—Espero que nunca tengas que saberlo, Ricitos.

—Ya basta de decirme cosas bonitas, Pelirroja. ¡Se me van a hinchar más los ojos!

Recordándome a mí misma que lo que dice Dalia es verdad, y que no quiero llegar a mi primer día en la universidad con los ojos hinchados y el maquillaje corrido —sin contar que probablemente a este ritmo vaya a llegar tarde—, seco una lagrimita que estaba creándose en mi ojo y me recompongo.

—Bien, ya basta. Sécate las lágrimas y termina de cambiarte. Pasaré por ti en quince, ¿okey?

—Okey.

Cuelgo la llamada e inmediatamente me propongo a buscar otro par de zapatos que combine con mis jeans, cuando Nessa entra a mi habitación, asustándome. Me echa una ojeada de arriba abajo y luego alza una de sus perfectas cejas.

—¿Iras así vestida?

Miro mi ropa. No parece haber nada mal con ella...pero pronto empiezo a encontrar pequeños defectos en ella. Como en mi top de lana. ¿Por qué lo usaría en un día tan soleado como hoy?

—No. Me cambiaré de ropa ahora mismo.

Ella asiente, aun seria.

—Ponte una falda jean y la blusa Moonroiner. Queda bien con unas sandalias y un bolso blanco pequeño.

Entonces cierra la puerta, y así sin más, me veo obedeciéndola aunque no quiera.

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Un amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora