Ella

IV

Si de algo estoy segura es que yo podía sentir las vibras de la gente,y ella;ellos me daban tan buena vibra,que resultaba un placer atenderlos.

Por cierto retomemos,ellos no eran de acá,ella estaba acá por trabajo por alguna situación que luego conoceremos,reubicada en la biblioteca de la escuela del pueblo ahí estaba destinada a pasar sus días hasta su jubilación,eso creía yo.
Mientras ella trabajaba acá su esposo estaba en casa cuidado su perrita y pues,su perrita cuidaba de él.
Raras veces se venía para acá junto a ella,por la misma razón.
Había pasado tiempo desde que yo llegue acá,a este trabajo y ya desde antes,supongo, ella venía a buscar alguna cosa para comprar,una base para algún platón ,un quinqué de colección porque esos, por lo que me comentaba,son cada día más difíciles de conseguir,algún vestido para su nieta,la morenita; o simplemente algún candelero de vidrio que había tenido un dueño que se deshizo porque ya no le sirvió de iluminación en su lujosa mansión,ya una candela no lograba iluminar por más fuerza que está le pusiera a su llama,esos salones con lámparas de hierro forjado y cristales de suarovski traídos desde Wattens,por allá en el corazón de Australia,y que en la pared tenía una gran chimenea por donde entraba el señor del polo norte,alma de las navidades a dejar a los pequeños de la mansión sus obsequios ganados durante sus escasas travesuras y su inmaculado comportamiento a lo largo de los 12 meses del año,chimenea que también no solo daba calor sino la luz que la candela en ese candelabro ya no podía.
Pero ella si los atesoraba.
Como si desde 1884 no hubiese electricidad ya,seguramente los utilizaba para ponerle una candela a algún santo que los días festivos desempolvaba y que,en las noches oscuras elevaba alguna certera plegaria.