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Doscientos

Levanto mi torso de la cama sentándome perezosamente, no he dormido nada, pero no es nada nuevo.

Crujo mi cuello y el resto de mis extremidades sin ninguna prisa, bostezo sin sueño y me levanto por completo caminando hacia el espejo de plástico que hay en la pared que se ha mantenido acolchada desde que llegué.

Observo el reflejo de mi cara, veo mis labios rotos, mi piel pálida, las manchas oscuras debajo de mis ojos y...

Mis ojos.

Bajo la mirada a mis muñecas con cicatrices en todo su alrededor, sigo mirando las palmas formo puños apretando fuerte, intentando percibir algo de calor, pero lo único que consigo son unos cosquilleos en las yemas.

Deshago los puños sintiéndome inútil, a pesar de haber perdido la esperanza de conservar lo que una vez tuve no he dejado de intentarlo.

Lavo mi cara con agua esperando a que llegue la hora de que me saquen de esta maldita habitación.

Espero media hora más sentándome en el suelo con las piernas en forma de uve doble jugando con las muñecas de plástico y tela.

No me gusta ninguna, me dan ganas de arrancarles la cabeza, ahogarlas o algo con tal de no verles la cara.

Tocan a la puerta y...

—¡Buenos días, Doscientos! —canturrea Alice.

Respondo dándole tres toques fuertes en la pared para que se escuche.

Ella abre la puerta vestida con un equipo de protección de cuerpo completo. Nunca la he visto con ropa normal

—¡¿Qué tal has dormido hoy?! —grita con euforia. Su voz me da dolor de cabeza.

Niego con la cabeza pasando por su lado para que los hombres que la acompañan me pongan las esposas como cada mañana.

Son cinco en total, todas envueltas de peluche blanco y celeste para hacerlas más bonitas, pero los dientes de acero que tienen agarran mi piel firmemente haciendo presión en las cicatrices. Tuve que aprender a las malas a no hacer un movimiento brusco. Si según ellos no me portaba bien no podría salir de la habitación.

—¡Debes dormir! —volvió a gritar —¡Para tener una vida feliz y con salud!

Me reí, de verdad que me reí porque lo que decía era absurdo.

—¿Por qué te ríes? Es la verdad —dijo asomando la cabeza ladeada por mi lado izquierdo.

La ignoré caminando por el amplio pasillo blanco y reluciente.

Me escoltan otros dos hombres con armaduras metálicas blancas pero con tres pegatinas infantiles, una en el pecho y dos en cada brazo, la verdad es que se ven muy ridículos.

Llego al amplio comedor con un aforo de cien personas y mesas para cuatro, todo el suelo es de cerámica blanca, la madera de las sillas y mesas brilla con la luz solar que se filtran por las amplias ventanas, pero colocadas a gran altura de la pared, fuera de nuestro alcance.

Siempre me he preguntado cómo llegué hasta aquí, pero al parecer nadie tiene esa respuesta que tanto ansía mi mente.

Me siento en la esquina izquierda de mi mesa, al lado de la misma chica de siempre, bajo la atenta mirada de los guardias.

La miro unos segundos, sus ojos azules decaídos y vidriosos, su piel pálida y reseca igual a la mía, las extremidades son tan delgadas que en ciertas partes puedes ver los huesos, y en las sangraduras tiene puntos cicatrizados de las inyecciones. En su camisa blanca reluce bordado con hilo azul los números , uno, ocho y cuatro, tanto por delante como por detrás.

Observo a las demás personas sentadas. Todas con la misma expresión y la mirada perdida. En sus camisas hay distintos números, el color de sus números conjuntan con sus ojos, rojo o azul.

Bajo la mirada hacia mi camisa, es la única con los colores de los números mezclados, un dos azul, un cero azul y rojo, y otro cero rojo.

Doscientos, ese es mi nombre.


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Hola lectores, hola lectoras, espero realmente que le deis una oportunidad a este libro que estaré escribiendo poco a poco, aprendiendo despacito pero sin parar, tratando de hacerlo lo mejor posible y traeros contenido de calidad.

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Besos con queso. <3

Mortal Kingdom [Español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora