Un mal día en la escuela

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La mañana era perfecta, las aves cantaban formando una melodía que iba acorde con la perfección del día. En una vivienda cualquiera una niña de nueve años se preparaba para su primer día en cuarto de primaria, se podía ver su cara de felicidad al estar cepillando su larga cabellera castaña caoba, al estar enfrente del espejo se reflejaban sus ojos dorados, su sonrisa era un espectáculo de ternura y belleza, era sumamente hermosa; todas sus características resaltaban en su tono de piel blanca.

—¡Amor... Se te hace tarde para ir a la escuela! ... —Su madre se encontraba en la cocina preparando el  desayuno matutino junto con el almuerzo de la niña . —Ya voy mami —La voz de Astrid tenía un dulce tono agudo que de oírlo te daban ganas de acariciarla hasta el cansancio. Se encontraba guardando sus materiales en la mochila—. A ver, cuaderno, lápiz, borrador, saca puntas, y... ¿Qué me falta?... ¡Ha! El señor Solerd —Su peluche—. Tú vienes conmigo señor, ¡hoy vamos a la escuela!

Bajó las escaleras alegremente con su uniforme escolar y la mochila a su espalda mientras sostenía a su peluche, llegó a la cocina, dejó su mochila a un lado de la pata de la mesa, se subió a la silla y se sentó alegremente, su mamá le tendió su desayuno en frente de ella muy contenta, en el plato había dos huevos revueltos a lado de dos barras de tocino recién cocinado y arroz blanco, de beber un jugo de naranja recién exprimido. Astrid degustó su desayuno mientras su madre la veía lavando los trastes con una sonrisa muy tierna. El peluche lo apoyó arriba de la mesa a un lado de su desayuno, hacía la pantomima de que le daba de comer y luego lo comía ella, su bebida se le derramaba por las comisuras la cual limpió casi al instante para no marcharse su uniforme. —¡Está muy rico mami! —Tenía una sonrisa marcada de par en par. —Lo hice con amor mi cielo, como todo lo que te mereces.—Su mamá le acarició la frente—. ¿Ya terminaste? —Asintió—. Deja me llevo los trates, lávate los dientes antes de que pase el autobús.

Astrid bajó de la silla y fue rápidamente al baño, al entrar prendió la luz, se acercó al lavabo, tomó su cepillo de dientes y se lavó los dientes lo mejor y más rápido que pudo. Al salir del baño el autobús iba llegando a su casa, tomó su mochila y se despidió de su mamá de beso en la mejilla, en la puerta su mamá la llamó;

—Astrid... ¿No se te olvida algo? —su mamá salió de la cocina con su peluche.

—¡Señor Solerd! Gracias mami —tomó el peluche y salió de la casa. 

Afuera el olor del césped húmedo era un aroma muy agradable para ella, las hojas de los árboles caían con mucho estilo y ritmo, los aspersores regaban el césped para mantenerlo con su brillante color verde que se sentía muy vivo. Todo armonizaba perfectamente con al luz del sol que se proyectaba en el cielo despejado.

Cuando el autobús llegó subió contenta, el conducto era muy amable con ella y con todos los niños en general, usualmente en los autobuses se hacía mucho desorden pero en el que la llevaba siempre iba muy tranquilo, caminó por el pequeño pasillo buscando un asiento hasta que vio a su amiga, ella le hizo una señal de que se sentará a lado suyo a lo que rápidamente acudió.

—¡Hola Astrid! —Su amiga, una niña de ocho años, rubia de cabello largo con rizos, muy bonita de ojos cafés claros. —¡Hola Ester!, ¿Cómo estás?, llevamos mucho sin vernos, te extrañé.—Se sentó a un lado de ella. 

—Yo también te extrañé, cuéntame cuéntame, ¿Hiciste algo divertido en las vacaciones?¿Fuiste a algún lado?¿Te compraron algo? —La niña estaba muy enérgica lo cual le agradaba mucho a Astrid, podrían estar hablando un largo rato sin aburrirse.

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