Nueva York no es solo caos y multitud. Lo creas o no en medio de la jungla de acero y entre el tráfico loco de los taxis amarillos de la ciudad, uno puede encontrar rincones realmente románticos. Y si bien París se lleva el puesto número uno entre las ciudades del romance, Nueva York es espontaneidad a cada paso.
—¿Entonces qué te parece?
—Yo… no puedo responder a ello. ¿Para empezar qué hacemos en Tiffany’s? —preguntó, recargada débilmente de uno de los grandes ventanales de la majestuosa tienda, mientras curioseaba hacía adentro aguardando una explicación. Desde allí se podía apreciar lo elegante y reluciente del lugar.
—Bueno, en el hotel…
—Si, el hotel plaza, ¿cierto?
—interrumpió de manera reflexiva y llevó la mano derecha a su mentón como si estuviera deduciendo algo en su cabeza. Aquello solía aterrar a Edwards—. Donde probablemente podrías informarme si has visto algún huésped fuera de lo común. Un príncipe por ejemplo…—No, no he visto a nadie fuera de lo común —respondió a la brevedad, apretando los labios y convirtiéndolos en una sonrisa forzada— ¿Puedo proseguir?
—¿Estás seguro?
—Si, lo estoy —aseguró cortante con otra sonrisa forzada y retomando lo que tenía para decir antes de haber sido interrumpido con
brusquedad—. Como te decía en el hotel, pasaron está película…—Aunque… —volvió interrumpirlo de golpe, logrando que él soltara un suspiró de desesperación—, cualquier cosa por minúscula que fuese podría servirme.
—Lucy… —mencionó su nombre con fuerza pero de manera afectuosa, acercó su frente a la de ella logrando así que guardara silencio y le prestará atención—. Son las siete de la mañana. Enserio quieres hablar de un pedante y egoísta príncipe mimado, que nunca se tomó el tiempo para ver más allá de sus narices. Estoy aquí en Tiffany's con croissant, café y un panecillo de moras azules —decía en susurros, pero ahora sosteniendo su barbilla, inclinando la cabeza de está hacía arriba mientras su aliento a menta fresca chocaba con sus fosas nasales— En Tiffany's, si así como Desayuno en Tiffany’s… La película era muy cursi y en otras circunstancias jamás me habría detenido a verla, pero simplemente no puedo evitarlo cuando se trata de ti, a ti te gustan esas cosas y yo quiero intentar que me guste todo lo que te gusta.
—Yo…
—Está bien —aseguró, retrocediendo unos cuantos pasos pequeños hacía atrás, luego levantó dos cafés junto a una bolsa de papel marrón a la altura de su pecho y con una amplia sonrisa excesivamente dulce. Una de esas involuntarias, que hace que te palpite el corazón a mil por hora mientras te sudan las manos, una de esas que podría incluso derretir un iceberg.
Edwards, estaba fascinado y curioso por las cosas que aquella chica hacía que nacieran de él con tanta naturalidad. Estaba allí de traje, con una gabardina a juego, y radiante a la siete de la mañana, sosteniendo un desayuno exprés.
Lucy se quedó embelesada por unos minutos y le observó; ella no se había percatado que aquello era un gesto romántico. El brillo en los ojos de Edwards y la suavidad de sus palabras, habían dejado una huella profunda en su corazón.
—Según leí, fue alabada por la crítica —comentó Lucy, tratando de romper la tensión con una sonrisa.
—Según la crítica de ese entonces
—interpeló él, con una carcajada suave— ¿Me he extralimitado, verdad?—No. Es solo… —negó con la cabeza, acercándose a él con cierto malestar. Era la segunda vez que le escuchaba decir aquellas palabras. Sin embargo, no podía evitar asociarlas a otro rostro. Uno más descarado, seductor e
impertinente. Nada que ver con el hombre encantador que tenia en frente—, que estos días mi mente ha estado pensando mucho en él…
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La Cenicienta de Queens (Por Editar)
RomanceLucy Andrews es el epítome de la dulzura en el caos de Nueva York, una joven cuya vida transcurre entre el amor inquebrantable por su prometido y la cotidianidad compartida con dos compañeras de piso tan dispares como el día y la noche. En un aparta...