La oscuridad devoradora

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La oscuridad devoradora

I

Tenía tiempo sin saber nada de mi hermano mayor. Exitoso e independiente, había emprendido su camino hacia la libertad hacía ya varios años y desde entonces, nunca representó un problema para la familia, o para mí el que nuestra comunicación se limitara únicamente a recibir constantes fotografías suyas, siempre en un punto diferente del mundo.

Yo jamás podría ser así, siempre necesité el confort del hogar, el arropo de las personas que quiero y sus palabras. Pero él, toda la vida fue más fuerte. Su espíritu permanentemente orbitó en un nivel distante al del resto de las personas. Su felicidad y alegría difería diametral, pero disimuladamente, de lo que todos buscamos en nuestras nimias existencias.

Mi hermano nunca se preocupó por una esposa, a pesar de su fortuna con las mujeres. Los trabajos estables le parecían una pérdida del tiempo de vida.

Podría definirlo como un artista rebelde e incomprendido. Que ante los ojos banales y frívolos de nuestras generaciones e inclusive las anteriores, no sería más que un alma que se negaba a madurar; que añoraba la ilusión de vivir por siempre ajeno a los convencionalismos.

Desde muy joven se dedicó a la escritura. En un inicio paralelamente a sus estudios universitarios obligados, y en parte también entendidos. Sus poemas y cuentos cortos estaban casi religiosamente bañados de melancolía y aflicción. En mi hogar la tradición literaria era mínima, así que nuestras apreciaciones se limitaban únicamente a comentarios como "es muy bonito" o "que triste está".

Sin embargo, y a pesar del contenido de sus versos, mi hermano no era un hombre deprimido. Todo el tiempo recibías de él una sonrisa o un chiste ingenioso y carismático. Era cierto que no tenía muchos amigos y que la mayor parte de sus ratos de ocio los dedicaba a la lectura y escritura en silencio, pero siempre que iba a reuniones, la música y el alcohol no faltaban, así como las mujeres y las aventuras propias de un adolescente.

Tenía una sombra en su mirada, eso es real y en ocasiones parecía perderse en una abstracción constante, que, mirando el cielo o al suelo, finiquitaba en un suspiro cansado.

Mi madre se lo atribuía a sus rupturas amorosas. Sus relaciones, aunque contadas estaban siempre tintadas por intensidad y vínculos atípicos; podría decir que él vivió varios matrimonios sin haberse casado nunca. Viajes, locuras, e inclusive en breves momentos, la vida conyugal.

No había nada oscuro en su cirulo. Mi hermano era joven y suponíamos todos en silencio, que esa era la forma dolora de amar de un artista; sin limitantes y en un frenesí incontrolable que estallaba hacia cualquier sitio. Aunque lo cierto es que, tras cada separación, una parte su alma parecía irse con ellas de una forma irrecuperable, hasta alcanzar un punto donde su pecho aparentaba encontrarse vacío.

No lloraba frente nosotros ni mucho menos, él seguía siempre con su característica jovialidad, sin embargo, hay personas tan transparentes en su propia nobleza, que no importa el silencio al que se aferren, una voz tras sus pupilas siempre delata sus aflicciones.

Mi hermano emprendió su escape y nadie lo resintió más que mi madre. Por fin, sus libros publicados le permitían subsistir de ellos de una forma digna, y podía él, olvidar la tortuosa tarea que le representaba el laborar para vivir, en cualquier otra cosa que le diera algo de dinero y no fuera la literatura.

Como el primogénito, había desarrollado un vínculo especial con nuestra progenitora y suponíamos mi padre y yo, que la despedida les dolía a ambos, pero no sabíamos a quien más, o en que profundidad.

La Oscuridad DevoradoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora