𝑻𝒓𝒆𝒔

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Me detuve en el baño para orinar y comer unas galletas saladas. Siempre llevo unas pocas en una bolsita. Cuando tienes el estómago mal, a veces unas galletas obran maravillas. Cien mil mujeres embarazadas no pueden estar equivocadas. Pensé en Hueningkai, cuya respuesta en clase unos minutos antes había sido correcta, aunque incompleta. Me pregunté cómo había perdido los botones. Siempre se le desprendían de las camisas, pantalones y, cierta vez que la había llevado a un baile de la escuela, había perdido el botón del cinturón de los téjanos, que casi se le habían caído. Antes de que se diera cuenta de ello, la cremallera se le había abierto hasta la mitad, descubriendo unos calzoncillos blancos que resultaban muy incitantes.

Aquellos calzoncillos eran ajustados, blancos, limpios. Eran inmaculados. Se ceñían a su bajo vientre con dulce suavidad y formaban pequeñas arrugas mientras hablaba... hasta que advirtió lo que ocurría y echó a correr hacia el baño de los chicos, dejándome con el recuerdo de los calzoncillos perfectos. Huening Kamal Kai era un buen chico, y si hasta aquel momento lo había imaginado, por Dios que entonces lo descubrí, porque todos sabemos que los buenos chicos usan calzoncillos blancos, no esa mierda norteamericana que se vende en Seúl, pff.

El señor Yoongi irrumpió furtivamente en mis pensamientos, apartando de ellos a Hueningkai y su ropa interior prístina. Resulta imposible detener los pensamientos; el maldito asunto siempre sigue presente. Yo sentía una gran simpatía por Hyuka, aunque él nunca alcanzaría a comprender las ecuaciones de segundo grado.

Si los señores Yoongi y Jungkook decidían enviarme a Daegu, quizá no volvería a ver a Hyuka. Y eso sería terrible.

Me levanté del inodoro, me sacudí las migajas de las galletas, echándolas dentro de la taza, y tiré de la cadena.

Los retretes de las escuelas secundarias son siempre iguales; hacen un ruido semejante al de un 747 al despegar. Siempre me ha repelido tirar de esas cadenas porque pienso que el ruido es claramente audible en la clase contigua y que todo el mundo se dirá: Bueno, ahí va otra descarga.

Siempre he creído que un hombre debe estar a solas con lo que mi madre insistía en llamar «limonada y chocolate» cuando yo era pequeño. El retrete debería ser una especie de confesionario. Pero te frustran. Siempre te frustran. No puedes ni sonarte la nariz sin que se enteren. Siempre tiene que enterarse alguien, siempre tiene que asomarse alguien furtivamente. Y hay personas como los señores Yoongi y Jungkook que incluso reciben un sueldo por hacerlo.

La puerta del baño se cerró con un quejido a mi espalda y me encontré en el vestíbulo. Me detuve y miré alrededor. Sólo se oía el zumbido adormecedor que indicaba que volvía a ser miércoles, miércoles por la mañana, las nueve y diez, todo el mundo atrapado un día más en la espléndida telaraña pegajosa de mamá educación.

Volví al baño y saqué el rotulador. Me disponía a escribir en la pared algo
ocurrente, como «Hueningkai lleva calzoncillos blancos», cuando vi mi rostro en el espejo. Tenía dos medias lunas moradas bajo los ojos, que estaban muy abiertos y blancos, las aletas de la nariz un tanto levantadas, y la boca formaba una línea blanca, retorcida.

Escribí «come mierda» en la pared hasta que el rotulador escapó de entre mis tensos dedos. Cayó al suelo y le di una patada. Se produjo un sonido detrás de mí. No me volví. Cerrando los ojos, respiré profunda y lentamente hasta que recuperé el control.

Luego me dirigí escalera arriba.

Rabia ㆐ Choi Yeonjun [TXT]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora