Capítulo 21 | El sentimiento de las palabras

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El sentimiento de las palabras

Me llevé un chicle a la boca mientras caminaba directo a la salida de la biblioteca. Hoy estaba sola porque el rubio me había dicho que no podíamos encontrarnos aquí porque Coty le había pedido una salida de hermanos, y fue obligado a ir a rastras.

Según sus palabras —no las mías—, pero sabía que no era así.

Caminé hacia las puertas de la universidad para ir directo a la calle a buscar algún taxi que me llevara a casa. Temblé cuando una ráfaga de viento me golpeó y metí una mano en el bolsillo de mi campera, mientras con la otra buscaba el celular para pedir el maldito taxi, ya que por lo que veía no pasaba ninguno.

Busqué la aplicación, puse la ubicación y me indicó que en menos de diez minutos tenía que llegar a donde me encontraba. Me acomodé el cabello y volví a meter ambas manos en los bolsillos mientras veía a los autos y personas pasar por la calle. Quería llegar a casa y comer algo dulce, porque la ansiedad de ingerir comida dulce era más grande que yo.

Hasta le podría decir a Thomas que me trajera un paquete de sus galletas de chocolate, pero seguro ya estaba en casa y no iba a volver a la suya por un antojo mío.

De pronto, el celular me vibró en el bolsillo y pensé dos veces antes de sacarlo. No quería congelarme las manos. Desbloqueé la pantalla y entré al mensaje:

Hadriel: Ya estamos por ir a tu piso. La insoportable está insoportable y quiere comprar un peluche que es más grande que su cabeza.

Negué con la cabeza, sonriendo.

Leah: Tienes que cumplir sus caprichos. Sé un buen hermano mayor, rubio.

Su respuesta no tardó en llegar:

Hadriel: Claro, ¿"cumplir sus caprichos" es tener que estar caminando por todo el centro comercial porque no encuentra el peluche del cerdo?

Leah: Sip.

Hadriel: Pues entonces no quiero cumplir caprichos ni ser un hermano mayor.

Leah: Entonces es tarde porque ya lo eres.

Hadriel: Oh, mira, recién me doy cuenta, cielo. Gracias.

Leah: Tu sarcasmo solo me da risa. De igual forma: de nada.

Le mandé muchos corazones de todo los colores y él solo me mandó un emoticon sacando el dedo corazón. Reí y me guardé el celular.

—Hey –dijo alguien a mis espaldas.

Me di la vuelta y vi al compañero de Hadriel a unos pocos metros caminando hacia mí. ¿Se llamaba Johan? ¿Jordan?

—Hey —le devolví el saludo mientras por dentro rezaba por no tener que decir su nombre porque no lo recordaba bien.

—¿Qué haces aquí tan tarde? —preguntó con una sonrisa amable.

—Terminando tareas en la biblioteca, ¿qué hay de ti?

A decir verdad, no me venía mal hablar con alguien mientras esperaba al taxi llegar.

—Yendo a casa de mi hermano —señaló algo tras de mí—. Vive en aquel edificio.

Vi dónde apuntó, al edificio de seis plantas en la vereda del frente.

—Que bueno que tengas un hermano que viva a una cuadra de la universidad —le dije—. Es un privilegio.

Bajo el cielo de la nueva estrella ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora