Dio un trago más a su vaso de whisky, lo hizo girar y observó el ligero movimiento de hielos. Había perdido la cuenta de las noches que llevaba asistiendo a aquel bar, tal vez un par de días, ¿una semana quizás? o lo más probable poco más de dos meses, si, casi tres meses para ser exactos.
«Tres meses desde que ella le había abandonado... Tres meses desde que escuchó su ultimo adiós.»
Y sin embargo ahí estaba él, tal y como la primera vez que la vio, sentado entre el público de aquel viejo bar, admirando su belleza, su rojo cabello, ese que tantas noches había tocado, sintiendo que lo quemaba como el mismo fuego, rememoró todas y cada una de las noches en que la tuvo entre sus brazos, cada centímetro de piel que sus dedos tocaron, cada sabor que su boca habia descubierto.
Escuchaba su voz, su bella voz, era una magnifica cantante, ella se adueñaba por completo del escenario, lo tomaba, lo hacía suyo, tal y como había hecho con él, se había metido bajo su piel, absorbiendo cada poro y molécula de su ser, y sin embargo, una vez que se cierra el telón, una vez que ella bajaba, dudaba que el escenario sufriera como lo hacia él, dudaba que se sintiera vacío tal como lo hacia él.
Pero ahí estaba, tras su cuarto trago de wisky, escondido entre el público, porque... por los Dioses Estrella, no podía permitir que ella lo viera en esa versión tan patética de su esencia.
Se suponía que él era uno de los hombres más importantes de Boston, uno de los abogados más imponentes que existían y al contrario de lo que una vez fue, ahora se parecía a cualquier hijo de vecino, había perdido su porte, su confianza, su seguridad y más importante aún, se había perdido a sí mismo.
Que ironica era la vida todo por lo que se habia esmerado en un abrir y cerrar de ojos una hermosa musa se lo habia quitado, despues de todo lo que esa mujer le dio nada se le podia conparar como podria si quiera el imaginarse que algo asi le iba a sucerder.
Esa mujer había destrozado todo en él, había tomado a un hombre perfecto y había regresado a un patético intento de mierda, porque ni siquiera eso llegaba a ser, no creía llegar a ser una mierda decente.
Observó su vaso vacío, tan vacío como él mismo y su alma, no, él ya no tenía alma, tal vez nunca la tuvo, pero cuando estuvo con ella se permitió soñar con una.
Echó una rápida mirada al lugar, lleno de borrachos que ahogaban su soledad en alcohol, y que lamentaban una noche más sin compañía, y aunque al parecer ya debían estar acostumbrados, el catorceavo día del mes de Febrero les gritaba a la cara lo miserables que eran.
Le hizo un gesto con la mano al mesero, y este de inmediato se acercó a él y le relleno el vaso, él chico lo miro con pesar, tal y como hacia cada noche que lo observaba venir y admirar a su tortura personal.
—Buena noche Mr Smith. —llamó el tío tratando de ser amable, pero lo sintió casi como un insulto, antes aquel pobre diablo temblaba con el solo hecho de verle, y ahora trataba de subirle el ánimo. Patético. Simplemente patético. ¿Tan bajo había caído ya?
Salió de aquel lugar tambaleándose al caminar, era la primera vez desde sus años en instituto que se ponía ebrio, caminó como pudo calle arriba, su piso no quedaba lejos y no se sentía en condiciones de conducir, podía estar ebrio, pero no era estúpido, aunque aquello se ponía a discusión últimamente.
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Vendedora de Caricias
Short Story«Tres meses desde que ella le había abandonado... Tres meses desde que escuchó su último adiós.» De lo único que el estaba seguro es que nunca podrá dejar de admirar su belleza, su rojo cabello, ese que tantas noches había tocado, sintiendo que lo...