6-Sin boda

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Esperó pacientemente hasta que el último invitado se hubo marchado, tomó con buena cara todas y cada una de las frases de animó y consuelo que recibía, y mantuvo la boca cerrada y los puños apretados al escuchar los comentarios incomodos y crueles, no les daría el lujo de verla débil, y cuándo todos se fueron, cuando quedo sola en aquél lugar que suponía sería testigo de su unión con el que fuera uno de los hombres más importantes de su vida, se permitió envolverse en su dolor, corrió la única calle que la separaba de la bahía, tan rápido como los tacones le permitieron, y al llegar a la playa los arrojó fuera para poder sentir la arena bajo sus pies, soltó el moño alto en el que había atado su cabello y este cayó pesado sobre su espalda, lleno de pequeñas flores blancas, y al fin lloró, como si el mañana no existiera, y como si las lágrimas pudieran llevarse el dolor, como si de aquella forma pudiese olvidar, no, «ella no quería olvidar», eso sería demasiado cobarde, ella quería seguir recordándole por el resto de su vida, recordarlo pero sin que doliera.

El cielo ya estaba oscurecido y la marea comenzaba a subir, soltó un último suspiro y se puso en pie, ya no sentía ni frío ni calor, ya ni siquiera le dolía, mucho menos estaba feliz, solo sentía esa presión en el pecho, «volvía a sentirse vacía otra vez».


Pero ella era una adulta, debía afrontar el presente y lo que venía para el futuro, «y tendría que hacerlo sola», observó el anillo que llevaba en el dedo anular, Hidan se lo había dado al pedirle matrimonio, sonrió nostálgicamente al recordar aquella cena, nada romántica y planeada minuciosamente, él, tan serio como siempre y elegante con su traje hecho a medida, el anillo no estaba en una copa de champaña, tampoco lo colocaron en la tenaza de una langosta, ni había sido puesto dentro de la tarta, Hidan solo había puesto la cajita aterciopelada a un lado de su plato y le ordenó que la abriera, quedo estática al ver el hermoso anillo, muy convencional «justó como él», sencillo pero elegante, con un pulcro diamante al centro, y se sorprendió al observar una pequeña grabación en el interior "14/02/10" «la fecha en que se habían conocido», el único detalle que le demostraba que la quería, aunque fuera solo un poco. Tal vez, si estuviera en una película, tomaría el anillo y lo arrojaría al mar, gritándole lo mucho que lo odiaba y deseaba olvidarlo, pero estaba en la vida real, había cuentas que pagar y un hogar que mantener, regresaría a casa y lo vendería, no le darían lo que Hidan había pagado por él, que conociendo había sido una pequeña fortuna, pero al menos sería suficiente para ayudarla a cuidar de...

—¡Mamá! —giró la cabeza para observar al dueño de aquél grito, un pequeño niño de ojos negros y cabello de fuego, corría hacía ella. —¡Jinmu! —que mala madre había sido, se había concentrado en su dolor, y en ningún momento penso en lo que Jinmu estaría a punto de pasar, su pequeño hijo de tres años acababa de perder a su padre, o por lo menos, su tiempo con él se limitaría aún más de lo que ya estaba.

Se inclinó sobre sus rodillas y extendió los brazos para recibir al pequeño, lo estrechó en un fuerte abrazo y peino con los dedos su cabello alborotado, el cual le llegaba por los hombros, besó su frente y le sonrió como solo una madre puede sonreírle a su hijo en un duro momento. —¿Dónde estabas cariño? —ahora que recordaba todo, se sentía avergonzada, no presto atención al pequeño en todo el día, ni había pensado en su paradero hasta ahora.

—Con la abuela, mamí, ¿estás bien? tus ojos están rojos, ¿te has echo daño? —lo pegó más a su pecho, tan pequeño como era, ya buscaba protegerla, si tal solo ella pudiera evitarle todo lo que estaba por pasar, protegerlo, guardarlo en una burbuja de cristal.

—Estoy bien. Pero mira que guapo te han puesto, ¿quien te ha arreglado? —estaba siendo cobarde, lo sabía, pero quería olvidar por un momento lo sucedido y disfrutar de su hijo.

Jinmu había llegado cuando tenía un año viviendo con Hidan. Estaba por terminar su carrera como educadora y entre el servició, las pruebas y su relación, había tenido los nervios a flor de piel, y había adjudicado al estrés, el retraso en su periodo, pero después del tercer desmayo, las incontables náuseas y repetidos antojos, supo que algo no estaba bien. Había tenido miedo de decírselo a Hidan, no sabía cómo podría reaccionar, y si bien no lo amaba, no quería que su relación terminara. Pero él había tomado con alegría la noticia, y de inmediato se había ocupado de su salud y cuidado, lloró de emoción al saber que esperaban un niño y pronto decoró y llenó una habitación para él, escogió el nombre con mucho entusiasmo, y siempre estaba al pendiente de los antojos y necesidades de Karin, incluso cuando estos lo levantaban de la cama a las tres de la mañana.

—La abuela dijo que tenía que verme elegante, ¿te gusta? —preguntó el niño mostrando con orgullo el esmoquin, que llevaba puesto. —Pero claro, te vez guapisimo.

—Hija. —la voz de su madre llamó su atención, se escuchaba apenada y de cierto modo culpable. —Lo siento tanto.

—No te preocupes Yukina, tu no tienes la culpa. —Observó como sus ojos lilas se aguaban un poco, ella era la madre de Hidan, pero la había tratado como a una hija, incluso cuando le había contado su pasado como prostituta, ella nunca la juzgó. —Quiero que sepas que no le odio, y mucho menos a ti.

Yukina, tan bella como siempre, con esa aura de sofisticación que la rodeaba a cada momento del día, se dejo vencer, se arrodillo junto a ellos y entre lágrimas los abrazó, se sentía mal, culpable de que su hijo hiciera sufrir a aquélla mujer y a su nieto, Karin era fuerte, lo sabía, cuidaría de Jinmu lo mejor que pudiera, pero el dolor de la traición la iría consumiendo de a poco, y no lo merecía. Amaba a su hijo, pero había sido un estúpido al dejar a Katia por perseguir la ilusión de recuperar a Sally.


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