6. El amor es Grecia.

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Samantha vio en los ojos de Flavio que éstos contaban más cosas que sus labios.

Ante esa primera pregunta, para ella inofensiva y la mejor manera de romper el hielo, Flavio alzó las cejas y miró para otro lado, mordiéndose el labio inferior. La tensión en sus hombros había crecido de un momento a otro y cuando volvió a mirarla hizo un gesto vago con los labios, como si quisiera quitarle hierro al asunto o no quisiera contestar.

Flavio hablaba más con los ojos que con los labios. El problema era que, para comunicarse con él, ella tenía que mirarle a la boca.

- Es una larga historia – dijo por fin, y entonces fue ella la que miró para otro lado.

- No necesito saber todos tus traumas, sólo me resulta curioso que estés aquí, hablando idiomas y trabajando para una agencia como esta siendo tan joven. ¿Cuántos años tienes? ¿Veinte?

- Oye, guapa, no te pases.

Le arrancó una escueta sonrisa y apartó el plato para apoyar los codos en la mesa de madera.

- Espera, ¿no has cenado?

El plato estaba vacío y sólo quedaban en él las migas de lo que había sido un sándwich mixto.

- Sí, cené a las nueve de la noche, pero son las cuatro de la mañana. He estado limpiando el coche y me ha entrado hambre, tengo la cena en los talones ya.

- Deberías dejarnos las llaves del coche – sugirió Samantha. – Para no tenerte tanto tiempo esperando...

- Es mi trabajo – refutó él. – Además, no ibais a llegar muy lejos si pensáis poneros todas las noches como hoy.

- ¿Nos estás llamando borrachas?

- Jamás se me ocurriría.

Hubo un silencio breve en el que Flavio miró hacia delante, más allá de la piscina y de la línea del horizonte donde ya no se distinguía el mar del cielo porque todo era un manto de oscuridad.

- Tengo veinticinco recién cumplidos – susurró al cabo de un rato cuando Samantha ya pensaba levantarse e irse. – Y vine aquí como hacemos todos los gilipollas que dejamos nuestra ciudad, nuestra casa, nuestra familia y todo lo que conocemos.

"Por trabajo", pensó ella.

- Por amor – completó él.

Para haber escogido la palabra "amor", salió de sus labios llena de dolor y rencor, pero también con un toque de decepción y resignación, conceptos muy grandes y pesados para un chico tan joven. ¿Qué podía saber él del amor a los veinticinco años?, pensó Samantha. Si a esa edad la vida todavía parece maravillosa y los treinta están lo bastante lejos como para que no te entre prisa por ir quemando cartuchos.

- ¿Alguna vez has renunciado a tus deseos por amor, Samantha?

Flavio no apartó sus ojos marrones de ella, esperando una respuesta de verdad, y la mirada cargaba tantas cosas que se volvió incluso un poco incómoda mantenérsela, como cuando alguien que no conoces te toma confianza y te llama por un apodo que no has autorizado o te toca sin tu permiso cuando te habla.

- Pues no sé – fue todo lo que pudo decir, pillada en falta.

- Si lo tienes que pensar es que no lo has hecho.

- Son las cuatro de la mañana, no quiero pensar en cosas que se me han quedado en el tintero... y menos sin una copa.

Rio con nerviosismo porque Rubén acababa de aparecer en su memoria y había conseguido no pensar en él constantemente en todo el día. En algún momento durante la visita turística de por la mañana había pensado que con él no habría conocido Rodas tan a fondo como con sus amigas, porque no era una persona a la que la historia le interesara demasiado. Su plan ideal habría sido sentarse ocho horas a tomar el sol y parar sólo para comer y cenar en sitios caros con mucho plato y poca comida.

La Luz de Grecia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora