7. Lindos.

959 82 8
                                    

Eran las nueve y diez cuando Samantha se dio cuenta de que llevaba una hora apagando la alarma de su teléfono en duermevela. Le pasaba mucho y era uno de sus tantos miedos en la vida adulta, llegar tarde a trabajar, a reuniones, a citas médicas, porque no hubiera nadie que la despertara, como ahora.

Sobresaltada por lo tarde que era, alertó a Estela con un brusco manotazo que después se convirtió en un zarandeo.

- Que nos hemos sobado, tía – le dijo a modo de buenos días. – Que a las nueve empezábamos la ruta.

- Mmm...

- ¡Estela!

La destapó. La temperatura bajaba por la noche y habían dormido con la ventana abierta de par en par porque por ella entraba la brisa del mar y a Samantha le daba angustia dormir en un cuarto cerrado por completo. Estela, al sentir el frescor de la mañana, buscó el cuerpo de su amiga y se acurrucó junto a ella, pasándole una pierna por encima.

- Buenos días, hija de puta – murmuró sin llegar a abrir los ojos. – Eres única despertando a la gente.

- Voy a buscar a Flavio, ve despertando a Julia.

- Voy yo a por Flavio... - le corrigió, desperezándose. – Y tú a por la niña.

- ¿Sabes que habla castellano?

Se puso en pie y se metió en el baño para lavarse la cara antes de bajar y quitarse el sopor de un sueño que no había llegado ni a tres horas. Despertar en medio de una fase de sueño profunda no podía ser bueno para el corazón.

- ¿Julia?

- No, idiota. Flavio.

- ¿Flavio habla castellano?

- Es de Murcia.

- ¿Quién coño nace en Murcia? – se sentó en la cama y su pelo negro y liso cayó por sus hombros completamente despeinado. - ¿De verdad?

- Ya te digo. Nos tiramos hablando toda la noche.

- ¿De verdad?

- Volvimos a Rodas a por mi teléfono incluso. Muy random todo.

Estela cabeceó con lentitud pero no añadió nada más; tenía un despertar más lento y necesitaba más silencio que Samantha. Mientras ésta ya bajaba a la planta inferior para buscar a Flavio y organizar el día, ella se tumbó para remolonear un poco más entre las sábanas mientras revisaba sus redes sociales como si no tuvieran ninguna prisa.

Flavio estaba en la cocina cuando Sam entró buscándolo. Se encontraba sentado en una butaca alta junto a la isla, con una taza de café en la mano izquierda y con la derecha revisaba unos papeles, tachando algunas cosas y subrayando otras. No se percató de la presencia de Samantha hasta que entró en su campo visual.

- Kalimera! – exclamó la valenciana.

El chico se sobresaltó y la miró dando un respingo.

- Buenos días – respondió. Recogió los papeles rápidamente y apuró el café de un trago, dejando la isla libre y la silla vacía. - ¿Qué tal has dormido?

- Poco. ¿Qué haces?

Flavio la miró.

- Quédate y desayuna con nosotras – propuso ella con total naturalidad. – Nos sobró muchísima comida ayer.

- No puedo hacer ninguna comida con los clientes ni usar sus instalaciones – confesó, aunque ya lo estaba haciendo, por eso recogía las cosas con tanta premura para dejar el sitio libre. A Samantha le pareció una soberana tontería.

La Luz de Grecia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora