Seúl, Corea del Sur
14 de mayo de 1994—¡Ayúdame, por favor! ¡Tengo miedo, tienes que ayudarme! ¡Dame tu mano, por favor! Tengo miedo...
La sensación de temor pone de manifiesto la existencia del ser humano como sujeto en sí mismo. Todo aquel que tema, sea existiendo con los pulmones, con el corazón o con el alma, será vivo, pues habrá concebido en sí mismo la voz de su propia naturaleza. Todo aquel que acoja dicho temor en el interior de sus ajadas entrañas, facultándose con ello a consumirse por el mismo, sin embargo, será humano, pues habrá comprendido la axiomática razón de su existencia. El miedo nos dispone a descubrir, en el interior de cada uno de nosotros, la taumatúrgica capacidad de resistencia que discierne de la de cualquier otra de su tipo, aquella que nos abastece del valor de medirnos contra la preponderancia de nuestra naturaleza. Patente es el motivo que impulsa al ser humano a regresar perpetuamente a las manos de la ignorancia como el infante regresa al regazo de su madre tras el avistamiento de las foráneas venturas, pues tenemos cualidad de animal, pero repudiamos hondamente nuestra propia naturaleza. Adoramos aquello que nos disgrega de ella, pues es el miedo, con indubitable certeza, aquello único que el ser humano conocerá con legitimidad. No place ni es producto de lo ajeno a nosotros, pues lo que no se encuentra en nosotros no nos inquieta. Nos inquieta la propia imagen reflejada en el prójimo, la hostil comprensión de que el mundo no es más que un vago espejismo de nosotros mismos.
Sin embargo, de aludir meramente a dicho temor, ¿cuál es aquella premisa que impele al alma a orillarse en provecho a la soledad como el esclavo se orilla en provecho a la libertad? ¿Qué es aquello que nos fuerza a huir del acompañamiento en busca de una exoneración, que fuerza al río a huir de todo lo reconocido a él inherente, a introducirse en el océano pese a que, al hacerlo, toda su complexión rezague ante la aprehensión del acto? Sus olas reclamarán, con la impetuosidad de su impacto como acto de protesta, la quietud de un permanente reposo, el desentendimiento frente al vaticinio de mirar atrás, hacia todo el camino peregrinado en romería, las cumbres, los campos, el extenso y sinuoso camino a través de cientos de poblados, que han sido recorridos a pesar de la sangre, del sudor y de las lágrimas. El lance de observar frente a uno mismo un océano tan ostentoso y a su vez, de tan suma futilidad, que ingresar en él solamente aludiría a un fruto, el de desaparecer para siempre, pese a toda proeza. Pues no habrá otra manera, no existirá otra senda a recorrer. El río, por naturaleza, se abstendrá a sí mismo de regresar a todo aquello que alguna vez reconoció como propio. Volver atrás será imposible en la integridad de su existencia, lo será el extender un calmo manto sobre la incertidumbre que ello le causará. Sin embargo, será entonces cuando el río deberá comprender la naturaleza de su comportamiento, ingresar en la extensión del adverso océano. Comprender que no se trata de desaparecer en el océano, sino de convertirse en él.
¿Qué entendemos nosotros, los seres humanos, por miedo? Una emoción de superficial baldiez, cuyo repudio y atracción placen por su representación del ilusorio control que el ser humano es facultado de disponer sobre su propio ser y todo aquello que lo concierne. Tanto en su propia composición como en su manifestación en nuestra conducta, el miedo ha prosperado en su labor hasta convertirse en una de las emociones más enardecedoras en la expresión natural del ser humano, de modo que serán desprovistas de relevancia alguna las ocasiones en las que haya sido experimentado, lo harán las tantas otras en las que se haya sentido en la potestad de dominarlo. Es el miedo, objeto de carácter detonante, la única emoción contra la que jamás altercaremos en un terreno reconocido como propio, desde la comodidad de la cognición y la familiaridad, sino siempre al contrario, siempre a la expectación de la inevitable devastación que acontecerá de producirse una liberación súbita de energía.
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PROFANUS: El estigma de Caín
RomancePese a los cuantiosos avances realizados en todos los ámbitos de la medicina, la homosexualidad estuvo, hasta el año 1990, catalogada como enfermedad mental por la Organización Mundial de la Salud. No obstante, cuatro años después de la exclusión, T...