2 "Desconocidos"

5 0 0
                                    


Escuchaba a mi madre reprendiéndome desde la distancia por dejar que un desconocido me hiciese de guía para llegar al maldito pueblo, pero la aparté porqué no me quedaba otra opción que confiar en él. Aunque fuese un desconocido. En medio del bosque. Qué tonta.

Le miré con desconfianza, mirándole de arriba abajo, de derecha a izquierda y de todos los perfiles posibles. No parecía un mal chico, salvo por esa aura de peligro que desprendía y esa insoportable sonrisa de insuficiencia que se plasmaba en su ridículamente bonito rostro. Otra vez. ¿Pero qué le pasaba a este tío?

—¿Qué te hace tanta gracia? —le pregunté, cosa que ocasionó una carcajada por su parte que me aceleró el corazón. Yo estaba echa un desastre, mi pelo rojo revuelto, mis medias echas trizas... pero en cambio él parecía recién salido de un anuncio de perfumes. Ni una gota de sudor caía por su cara, y eso que cargaba más de veinte kilos. La genética inglesa, supuse.

—Tú. —contestó, aun riéndose. Decidí entonces que él era una de esas personas con quien desearías tener una tarta para tirársela a la cara y borrarle la sonrisa de golpe. Solo ese pensamiento me hizo sonreír, acto que no pasó desapercibido por el pelinegro. —Vaya, la princesita sabe reírse.

Rodé los ojos. —Claro que sé. Además, creí que habíamos superado la parte donde me llamas así.

—¿Así como? —dijo provocándome. Será...

—Ya sabes cómo. No pienso repetirlo.

—La verdad que no lo sé, princesa.

Le fulminé con la mirada, sabía que no iba a dejarlo pasar hasta que yo lo dijera y así reírse de mí. Estúpido Hadden, nunca nadie me había sacado de quicio tanto como él. ¿Qué tendrán los chicos ingleses? ¿Eran todos igual de condescendientes o solo he tenido mala suerte? Asumiendo que mi vida había sido una serie de catastróficas desdichas, opté por la mala suerte y pensé en ignorarle un rato. Tonta de mi por pensar que podría ignorar al señor misterioso más de cinco segundos seguidos.

—¿Se te ha comido la lengua el gato?

—Ojalá. Así no tendría que hablar contigo nunca más.

—Uh, miau. —se burló. —¿Porqué no me cuentas algo sobre ti? —preguntó expectante. Le miré extrañada por su repentino cambio de tema, aquí el desconocido era él, no yo. Podría ser una especie de James Bond malvado o un super soldado diseñado para matar adolescentes indefensas en mitad del bosque. Tenía que dejar de leer tanto, me estaba perjudicando seriamente.

—No sé si quiero contarte algo sobre mí.

—Vamos, Rose, no soy un asesino en serie. Si lo fuese, no me habría ofrecido a ayudarte, habría pasado a la parte donde te asesino sin miramientos.

—¿Se supone que eso me tiene que hacer sentir mejor?

—Debería.

—Eres increíble.

—Me lo dicen mucho. —dicho esto, me guiñó el ojo y me sonrojé como una tonta. Este chico me hacía sentir tantas cosas distintas a la vez, era una sensación tan extraña. No era difícil admitir que era guapísimo, posiblemente el chico más guapo del universo y esa aura que desprendía era como un imán para mí. A pesar de que sé que es un completo desconocido, una parte de mí no puede evitar pensar en como se sentirían sus labios sobre los míos. Sacudí la cabeza para quitarme estos pensamientos y descubrí a Hadden mirándome fijamente. —¿Qué piensas, Rose?

—Agradecería que no me pusieras más apodos. Mi nombre es Ambrose. No Rose, tampoco princesa. Ambrose. A secas.

—De acuerdo Ambrose a secas. Ya casi hemos llegado. —me llevé la mano a la frente en un gesto de resignación, ya que hablar con él era igual que hablar con una pared. Inútil. Pero ¡ya casi habíamos llegado!

La última marca.Where stories live. Discover now