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Estaba ahí, tirado, en el duro y frío suelo de aquél pasillo, con su espalda recostada contra la pared. Su cuerpo se encontraba tenso, agarrotado como nunca antes; era razonable, esa situación no se comparaba a ninguna otra que haya vivido.

Respiraba con agilidad, el rápido movimiento de su pecho le daba ansiedad, una ansiedad de los mil demonios. Sudaba, era la novena vez que secaba sus manos con la ropa, esa maldita ropa que le asfixiaba. Tenía un pequeño corte en su labio inferior —producto de morderlo constantemente— por el cual supuraban unas mínimas gotitas del líquido vital de vez en cuando, ardía, pero no era preocupante.

El amanecer estaba dando indicios de aparecer en cualquier momento, ese prometía ser un día agradable, estaba seguro de ello. Sus ojos comenzaban a ver borroso producto del cansancio y le picaban. No importaba, se conformaba con mantenerlos cerrados unos minutos de tanto en tanto mientras estaba en esa espera. Su mejor amigo se encontraba casi en las mismas condiciones que él, a su lado.

A pesar de su estado deplorable por el nerviosismo, se encontraba realmente feliz. Este amanecer traía consigo una nueva etapa, una en la cual se había esforzado por pertenecer. Estaba realmente agradecido de que se lo hayan permitido. Aunque en ese momento solo había dos cosas de las cuales se lamentaba: que Hyuuga Hiashi, sus hijas —Hinata y Hanabi—, Tenten, Rock Lee, Maito Gai, Yamanaka Ino, Sai y Kakashi, le vieran en ese estado tan vulnerable. Lo que más le pesaba.

Bueno... En realidad... No era lo que más angustiado lo tenía en ese momento, sino el hecho de que no le habían dejado entrar en la sala para darle su apoyo. Para acompañarla a ella.

A Sakura.

A día de hoy, nadie sabía exactamente cómo había sucedido aquello. Había sido repentino para muchos, pero a la vez pausado y constante.

Se había vuelto cotidiano ver a la alumna de la anterior Hokage caminar entre los mercadillos y tiendas, seguida unos cuantos metros por detrás por el último Uchiha.

Si ella cargaba más bolsas de las que él consideraba sobrepasaba la cantidad ideal para su estado —una bolsa era el máximo permitido según él—, aparecía a su lado de repente y se ofrecía a cargarlas por ella, sin aceptar un no como respuesta; luego la acompañaba hasta que ella terminara con sus compras y la dejaba en su casa al finalizar.

Si ella se quedaba viendo mucho tiempo algún artículo para bebés en la vitrina de cualquier tienda, unas horas después lo tenía en su puerta, envuelto con un bonito papel de regalo.

Algunas veces Sasuke aparecía con un pequeño arreglo de flores del cual siempre sacaba la flor más bonita y se la obsequiaba, luego le acompañaba hasta el cementerio donde depositaba las restantes en la tumba de Neji en señal de respeto. Se había convertido casi en un ritual permanecer en silencio junto a ella, dándole su apoyo y escuchando cómo le contaba a la lápida —a Neji— sobre el rápido y sano crecimiento de su hijo. Descubrió que haciendo eso, ella sanaba poco a poco el dolor de su pérdida. Estaba ahí, aún era muy reciente y fresca, pero le daba valor para continuar, por su hijo.

Otras tantas el Uchiha se ofrecía a llevarla de paseo, alegando que caminar algunos minutos al día le haría bien en su estado. Paseaban tranquilamente, sin apuros, disfrutando algunas veces de esos silencios cómodos; también la complacía en sus antojos cuando pasaban por algún puesto de comida y regresaban a la casa de Sakura cuando le parecía que era suficiente para ella, nunca quería agotarla.

En las reuniones que organizaba Naruto, a Sakura siempre se la veía en compañía de Sasuke; llegaba con él y se iba con él. Lo mismo ocurría cuando visitaba a Hanabi y Hinata en la casa Hyuuga, hasta había hecho buenas migas —cordiales— con Hiashi, por extraño que pareciera; ellos lo apoyaron cuando sugirió que sería más cómodo para Sakura si la próxima vez eran ellos quienes la visitaban en la casa, sobre todo al ver el prominente vientre que se cargaba la mujer en ese momento.

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