Take a ride

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Recuerdo con claridad aquel sábado alrededor de cinco años atrás, era mi día de descanso, aun así, sin decoro me sacaron de la cama a las ocho de la mañana por una emergencia en la oficina, sus "emergencias" disfrazadas de excusas flojas y delegar trabajo.

Para rematar, tenía una reseca que juro y apenas recordaba mi nombre; porque según yo, para encontrar el equilibrio primero hay que perderlo. Yo le llamo, excesos moderados. La vida no estaría bien balanceada sin el delicioso desliz ocasional, el pecado esporádico para romper la rutina o la mentirita blanca cada luna llena para evitar romper corazones. 

El maldito celular no dejaba de sonar, una notificación tras otra.

Relena, ¿ya vienes?

¿Cuánto te falta para llegar?

El cliente está furioso.

Bla bla bla. Que se jodan.

No sé cómo me metí el pantalón del traje y me abotoné la blusa, pero lo hice como una condenada campeona olímpica. Me lavé la cara con agua fría tratando de borrarlos errores de la noche anterior, de poco o nada sirvió porque el cabello me apestaba a cigarro, con los dedos me hice una coleta improvisada, claro está, que las ganas de vomitar no faltaron.

Pero esto es así, tener que ahogarme en algo o en alguien y perderme en algún lugar para sentirme bien y adelantar el tiempo, porque yo solo viajo en una dirección y esa será en la que pueda ser la mejor versión de mi misma.

¿Qué si es cansado?

Es el infierno en vida, pero la comida, lujos y el lifestyle  no se pagan solos.

Como diría Lana Del Rey: "Siempre he sido una chica inusual... Sin brújula moral que apunte hacia el norte..."

Así era, brillante y rota a la vez.

Me puse en marcha. A los pecados la penitencia y ¿yo?, iba victoriosa a recibir mi castigo. Llevaba puesto unos lentes de sol negros que abarcaban la mitad del rostro, casi tan grandes como mi ego. 

✤ ✤ ✤

Pasadas las horas, cuando logré zafarme de los problemas de adulto independiente, subí al coche como si fuera un tanque de guerra impenetrable, la simple comparación me hizo exhalar aliviada.

Me sentía harta y cansada de lo mismo.

Un día tras otro, semana tras semana, mes con mes y así se me iría la vida. ¿Hasta cuándo? Yo ya quería jubilarme. 

Bendita sea la inversión que tenía en acciones y que con el tiempo daría frutos.

Encendí el vehículo y el ruido del motor fue como el ronroneo de un felino; me abrazo el alma. Antes de pisar el acelerador me arranqué el saco con desesperación. Pesado, caluroso y picaba cuales malditas púas. Lo arrojé con fuerza y recelo al asiento del copiloto, di gracias por nunca llevar mi encendedor y cigarros al trabajo porque ahí mismo juro que le prendía fuego hasta que quedara reducido a cenizas.  Desabroché dos botones de mi camisa y me pasé la mano por la garganta, la sensación de ahogarme era real.

Sacudí la cabeza para tratar de alejar los pensamientos intrusivos y encendí el aire acondicionado a tope, sincronicé mi celular al estéreo y subí el volumen de la música hasta no escuchar el ruido de mis pensamientos. Entre que me sangren los oídos y expulsar a mis demonios...la balanza. 

Un día, el estrés laboral me va a matar de un derrame o me mandara directito al manicomio, las posibilidades son de cincuenta-cincuenta y las apuestas están sobre la mesa.

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