Frío

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No recuerdo como sucedió. Todo comenzó a ser tan frío de repente. Era inicio de estación, el invierno ya se sentía en los huesos. Los abrigos, las frazadas, las estufas de gas, ya tomaban su protagonismo. Era lindo, porque con el frío la única preocupación es estar un poco abrigado, se puede dormir mucho y disfrutar más de la noche.

Me desperté, mañana normal de una vida normal. Las frazadas se habían caído y la estufa se había apagado, por lo que era normal sentir el frío. Busque rápido la campera y las medias, una vez con estas prendas en mi cuerpo dejé de sentirme helado. Desayuné un Té caliente, para asegurarme de tener todo el calor posible al salir a la tundra de la mañana, con sus fuertes vientos fríos y aire seco. 

No me mojé el pelo, si lo hiciese tendría que usar un gorro para contrarrestar la respuesta del ambiente. No estaba tan despeinado, era presentable. Como tenía la costumbre de caminar a la mañana, me preparé para salir en dirección al parque. Era una rutina entretenida: caminar a la mañana, volver para bañarme e ir al colegio, salir del colegio e ir a mi casa, cambiarme e ir al parque de nuevo a caminar por otras dos horas. Me mantenía en forma, me gustaba que llegasen las fiestas o el verano y tener una bella imagen.

Nunca me consideré demasiado lindo, no soy feo eso es seguro, pero estoy entre ese limbo de ambas facultades. Tampoco alguien que se enoje, ni alguien violento o con poseciones. Soy simple, bueno, al menos lo era. 
En mi rutina, solía ver a varias personas. Trabajadores, diarieros, gente que se para a esperar el colectivo de la línea 21 para ir al trabajo o al colegio, todos tan abrigados. Combatir el frío no es una tarea fácil, más cuando se siente hasta en verano.

Volvía a mi casa, me bañaba y de ahí, iba al colegio. Las temperaturas no son tan crudas ya casi por el medio día. Los abrigos seguían siendo los mismos pero podía salir con el pelo húmedo. En el colegio, no me preocupaba mucho; las horas se pasan volando cuando uno está pendiente de otras cosas.

Ahora que intento recordar, no hay momento en el que me haya detenido y hablado con algún compañero o amigo. Hace mucho que no hago eso, ¿Cómo se sentirá una charla?, esas charlas en las que se comparten risas, temas de interés común, dudas…

Es aburrido, me siento aburrido por relatar una rutina. Resumiendo: al volver del colegió, me cambio y me preparó ir a correr en vez de caminar como en la mañana; en la tarde, el frío se empieza a sentir más y correr sirve para mantener un buen ritmo.

Todas estas cosas, pueden mantener a una persona ocupada de muchas cosas, tanto que puede llegar a ser mortal. El relato, comienza acá.

Como dije, el frío se sentía en cada centímetro de los huesos, no había pasado ni una semana desde el comienzo del invierno que ya estaba sufriendo el frío. El día anterior, había corrido más de la cuenta, al llegar a casa solo me limité a bañarme y acostarme entre las frazadas. No tomó mucho tiempo para que pueda dormirme. El problema fue despertar.

Mañana normal, vida… ¿normal?, esa era mi mayor pregunta. Abrí los ojos y no sentí ese dolor de haberlos tenido cerrados toda la noche, solo que si me había despertado a la mañana porque por la ventana el sol todavía no había salido. Además de ese pequeño detalle, me di cuenta de que la estufa se había apagado y las frazadas, caído. Se imaginaran el resultado, una helada de ultra-tumba. No era como aquella vez que les narré, sino que esta vez en serio era insoportable. Corrí desesperado por el cuarto buscando una campera, remera gruesa, lo que sea para que el frío deje de hacerme temblar hasta el espíritu. Espíritu, sí, espíritu. Algo de lo que no me imagine que pudiese tener algo que ver. Mi búsqueda dio resultado, encontré la campera pero ni bien me la puse, no me la podía sacar, como si estuviera atada a mi cuerpo. Lo mismo pasó con el pantalón y demás prendas. El problema era que el frío me seguía atormentando.

Busque un abrigo más grande, con más grosor lo cual encontré fácil. Otro problema, intenté agarrarla y no pude tocarla, por más que intentara no había forma de que mi mano pudiese tocar esa simple prenda. Resignado, recuerdo haber ido a la estufa e intenté encenderla, adivinen. Exacto, no pude ni tocarla. No era como si mi mano pasara a través de ella, sino que parecía no tener consistencia solida. Ninguna parte de mi cuerpo podía ejercer algún tipo de fuerza sobre nada. Se sentía como si de la noche a la mañana hubiese perdido tanto peso que me había vuelto más ligero que una pluma.

La puerta estaba abierta, algo que tampoco que me gustaba. Salí y en vez de estar el pasillo que lleva a la escalera, estaba en la calle cubierto por la densa oscuridad de la noche. El cielo, estrellado con estrellas que no inspiraban algo bueno, brillaban como si se estuvieran burlando, apagándose y prendiéndose. Está de más decir que estaba asustado, más cuando me di vuelta para volver a mi casa y ya no había nada.

Es curioso como en algunos momentos, nuestra cabeza puede darnos esperanza. Porque en ese momento, sentí una esperanza que iba a ser interrumpida por la cruda realidad. “Una pesadilla” era todo mi pensamiento, “una horrible pesadilla que va a terminar cuando suene el despertador”. La realidad, es cruda cuando quiere, o esa persona era la cruda.

Temblaba (tiemblo) de frío, no había forma de hacer que el frío se detuviese. Una persona, una chica: cabellos rubios y altura promedio, abrigada con un saco que la cubría desde el cuello hasta la planta de los pies.
“-¿Estas asustado? – preguntó de forma tranquila.
-S… sí, lo estoy – respondí sin vacilar.
-Es normal, a nadie le viene bien el principio y muchos lo sufren de maneras inimaginables.
-¿Qué estas tratando de decir?
-No sería cortes de mi parte si no te diera las últimas noticias, pero no soy justamente alguien cortes.
-Pero, no sé qué está ocurriendo…
-Tu sentimiento puede decirlo, ahora, suerte con tu nueva vida.”
Fue la conversación que tuvimos antes de que ella desapareciese con una brisa de viento helado.

No recuerdo cómo sucedió, ni sé por qué pasó, no sé por qué sigo sufriendo este horrible frío y por qué estoy tan enojado conmigo mismo. Lo único que sé, es que no lo merecía. Nunca hice un mal, ni nunca pedí este cruel destino. Nunca pedí dejar mi vida, ni mi rutina. Si pudiese volver en el tiempo, me intentaría convencer de no irme a dormir esa noche.
Es imposible ya, porque cada vez estoy más enojado de sentir tanto frío, de sentir como mi cuerpo sin fuerza física lo sufre.

Es un chiste mal contado, y una historia sin mucha importancia. No creo ser el primero, y si lo soy sepan que si pasan por mi camino los voy a estar esperando. En está oscuridad, en esta cruel realidad en la cual todo me pertenece y yo mando. 

Soy un fantasma, alguien que una vez tuvo el calor de la vida y ahora tiene el frío de la muerte. Ojala que cuando sientan frío se acuerden de lo que es sufrir sin poder detenerlo. Porque voy a estar ahí. Esperó que no sea posible, pero eso no depende de mí, o eso creo. Buenas noches. 

FríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora