1: Leyenda

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La leyenda de los Duendes

Se dice que los duendes habitan en todo el planeta, por eso es una leyenda universal. En algunos lugares los llaman gnomos, elfos o geniecillos, entre otras denominaciones.

Según la tradición el origen de estos seres es el siguiente: los niños que fallecen antes de ser bautizados o en el vientre de sus madres vuelven a este mundo en forma de duendes.

El relato que sigue es sobre un hecho fantástico que sucedió hace tantos años que ya casi nadie recuerda.

En un pequeño pueblo agrícola, había un poblado de casas de amplios terrenos. Una noche la aldea se vio repentinamente invadida por un ejército de cientos de duendes. Los chiquillos se hicieron amos y señores de toda su extensión y establecieron allí su reino de diabluras y picardías.

Eran como niños, pero llevaban al extremo sus travesuras de manera incansable y peligrosas. Se habla de duendes malos o malignos pero en realidad no se les puede imputar delito alguno a pesar de causar daños importantes. Los duendes no tienen maldad. Al ser niños eternos nunca maduran y no conocen la diferencia entre el bien o el mal. No miden la consecuencia de sus actos. Es simple: son peligrosamente traviesos.

Al igual que en el resto del norte argentino eran petisos (pequeños), con un sombrero largo y en punta, orejudos, feos de cara (aunque aveces no la dejaban ver), llevaban ropas andrajosa y cada uno tenia una mano de hierro y una mano de lana.

Como todo duende, tomaron posesión y se hicieron dueños de las casas que habitaban.

Andaban esparcidos por todo el pueblo, siempre haciendo muchas fechorías. A algunos les encantaba caminar por las noches en los techos, despertando y asustando a las personas. A otros les gustaba robar y desordenar los juguetes de los niños. Su debilidad eran las bolitas o bolillas de vidrio y ni se resistían a desparramarlas o esconderlas.

Los enanos invasores desaparecían a determinadas horas del día, pero a la hora de la siesta o por la noche invadían las casas, patios y techos como una verdadera plaga de otra dimensión.

Entre sus principales jugarretas estaba la de despertar a los chicos de noche, hechizarlos con su mirada y llevárselos al monte (campo, bosque) para jugar. Cuando se aburrían volvían al pueblo y dejaban a los pequeños perdidos y abandonados en la maleza.

Habían duendecillos y duendecillas. Los duendes varones preferían perseguir a más niñas, y por otro lado, las duendes femeninas eran enamoradizas y posesiva de los pequeños masculinos.

Por las noches les gustaba desordenar las frutas, herramientas y molestar a los potros (cría del caballo). Hacían pequeñas y largas trencitas en las clinas de los caballos y, al dia siguiente, los dueños de los animales los encontraban con los más extraños peinados y no podían explicar ni descifrar quién era el "peluquero estilista" de sus corceles.

Muchos de esos duendes encontraron en los borrachos su nueva diversión, sobre todo en carnaval. Los  interceptaban en el camino y les cerraban el paso haciéndoles una propuesta injusta: para poder seguir, el ebrio devia soportar obligadamente el golpe de un duende. En este "peaje de los senderos" debía elegir entre ser golpeado por la mano de hierro o la mano de lana del sombrerudo. La víctima siempre elegía la de lana, pero el duende desgraciado y traicionero hacia de las suyas y le daba un castañazo en la cabeza con la de hierro. Muchos hombres, tras varios días de alcohol y desenfreno, regresaban a su hogar con golpes en la cara y manchas de sangre. La culpa siempre era del duende.

Los habitantes del pueblo estaban al borde de la locura con tamaña intromisión. Tenían que seguir adelante con sus vidas y, a la vez lidiar con esta tribu infernal. Nadie quería a un duende como amigo o compañero.

Una mañana, mientras los petisos dormían, los habitantes del pueblo se reunieron secretamente en la iglesia. Querían planear una estrategia para expulsarlos. Convocaron a los ancianos (que conocían más a fondo esta leyenda) y juntos recordaron los métodos "anti-duende". Mientras avanzaba la reunión fueron proponiendo formas y "antidotos". Tras varias horas de debate llegaron a un acuerdo y quedó listo el plan de reconquista del poblado.

Durante varios días, evitando ser vistos por los usurpadores, hicieron todo lo acordado para espantarlos:

- Ataron en todas las ventanas lazos de cuero trenzado y cintos, tal como marcaba una vieja tradición.

- Los que tenían bebés repartieron pañales sucios en los jardines y patios porque sabían que los duendes odiaban el excremento.

- Se bendijo las cosas con un cura que, de paso, venía bien para espantar otros males.

- Cada enano ocupaba una casa y no se metía en la de otro, por eso el artesano del pueblo se tomó en trabajo de hacer muñequitos de duendes que fueron puestos sobre los muebles de todas las viviendas para hacerles creer que ese hogar ya estaba ocupado. Con esto se lograba confundirlos y desorientarlos.

Con semejante batería de conjuros y artimañas los duendes se vieron debilitados al extremo. Ya no soportaban estar en ese sitio. Lo que al principio era para ellos un paraíso se había convertido en el peor lugar del mundo.

Finalmente un día a la hora de la siesta, los duendecillos y duendecillas juntaron algunos juguetes, bollilas y se marcharon del pueblo para siempre.

Hasta hoy en la aldea se siguen viendo los lazos de cuero trenzado colgados en las ventanas. Nadie recuerda por que están  ahí, pero por las dudas, intuyen que no deben quitarlos.

El próximo capítulo será una historia

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El próximo capítulo será una historia.

¡Bay!

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