Prólogo

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 La gente huía desesperada sin tener un destino fijo, los gritos llenaban las calles, no había a dónde ir, no importaba a dónde planearan "escapar" sabían que el tiempo de sus vidas estaba contado, sólo le quedaba a las familias abrazarse entre sí con el miedo recorriendo sus venas.

Sanja sujetaba la mano de su hija de 13 años mientras miraba por la ventana toda la desesperación. Tomó un respiro y tratando de caminar con calma condujo a su hija a la parte trasera de la casa donde les esperaban cerca de 15 personas con inquietud en la mirada.

- Mi niña - dijo Sanja antes de cruzar la puerta que daba al patio trasero. Se inclinó un poco y tocó suavemente la mejilla pálida de su hija. Los ojos alargados color miel la observaban detenidamente. - Es posible que no volvamos a vernos

- Mamá, todo estará bien – dijo la niña acariciando el pelo pelirrojo de su madre. La joven Sanja le sonrió con tristeza, el tiempo se acababa pero ahí estaba su hija tratando de darle ánimos. Se sentía impotente y debilitada, una lágrima recorrió su mejilla quemando su piel, o al menos eso sentía.

- ¿No tienes miedo?

- Lo tengo, pero ... – la niña volteó hacia la gente del patio que comenzaba a marcharse hacia el bosque que quedaba a las faldas de la montaña, justo frente a ellas. - he vivido bien – le sonrió la niña mientras tocaba el collar de obsidiana que le colgaba con cierta pesadez del cuello.

Sanja sollozó fuertemente, su hija diciendo esas palabras como si hubiera vivido una eternidad había quebrado la poca compostura que le quedaba. Había fallado, no podía creer lo que ocurría.

Un hombre de unos 40 años se acercó con cuidado.

- Señora, tenemos que irnos, necesitamos movernos, esas cosas se acercan y no podremos hacer nada.

- Lo sé – Sanja se incorporó y se limpió las lágrimas con el dorso de su mano derecha. - Ve con ellos. Tengo que ir a la cabeza - Dijo a su hija mientras soltaba su mano.

La niña fue con sus hermanos que la esperaban con impaciencia y comenzaron a andar.

El cielo comenzaba a tener tintes anaranjados y rojizos. "Tan bello pero tan letal" decía para sus adentros la niña.

- Auli – dijo un niño de su edad casi en un susurro ahogado mientras la tomaba del brazo muy discretamente para que los hermanos de Auli no se dieran cuenta. Se veía que había corrido porque le faltaba el aire.

- ¿Inve? ¿dónde estabas? ¿qué pasa? - dijo separándose un poco del grupo – Los zorros... los zorros me dijeron que este no era el camino, estamos yendo al ojo de la tormenta. Si seguimos, un poco más adelante, vamos a morir.

Auli abrió los ojos, el miedo sacudió su cuerpo, tenía que decirles, tenía que avisar, pero cuando volteó unos gritos comenzaron a escucharse al frente del grupo.


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Hace años que llevo escribiendo esta historia así que espero la disfruten, le tengo mucho cariño ya que con ella crecí.   Más adelante iré platicando un poco más de ella.

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