Capítulo 6: El Monstruo en Casa Parte 1

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 - ¿No habías dicho que aún faltaba por llegar? - preguntó Ayruetl al asomarse por la ventana del vehículo y ver todos aquellos edificios de 4 pisos, blancos y tejas azules.

- Necesito comprar algunas cosas. Baja te hará bien descansar después de tantas horas de viaje desde la última parada que hicimos.

Garez bajó del auto mientras contaba el dinero que tenía en el interior de una pequeña cartera de tela gruesa y oscura.

- Hay bastantes tiendas por aquí, deberías visitar alguna por si te ha faltado algo. - Ayruetl asintió y vio a su alrededor en cuanto bajó. Sentía un poco de alivio volver a pisar el suelo, desde hacía unas horas había comenzado a sentirse un poco mareado.

Gente animada caminaba a prisa por el empedrado blanco que adornaba las calles de la ciudad. Música resonaba desde algunos puestos de comida y la brisa del mar creaba un sabor salado en el aire. Todo parecía tan relajante para Ayruetl que comenzó a sentir pena por no poder disfrutar de aquel ambiente. Caminó para calmarse un poco pero el mareo comenzaba a intensificarse. El sol del medio día lo hacía sentirse peor, así que buscó un pequeño callejón entre dos edificios lejos del auto de Garez. Ahí pudo ver algunas pequeñas escaleras que daban a la puerta trasera de uno de los edificios y se sentó tratando de no perder el equilibrio. Le había comenzado a faltar el aire, no importaba lo mucho que respirara, su visión se comenzó a tornar borrosa y oscura. ¿Qué rayos le estaba ocurriendo?.

Se recargó en el barandal de metal y cerró los ojos. A lo lejos podía notar como si alguien corriera en su dirección desde los techos de aquellos edificios. ¿Desde los techos? Le parecía absurdo pero ya nada parecía coherente en ese momento. No podía pensar con claridad. Trató de quitarse el brazalete, quizás eso era, pero ya no tenía energías para hacerlo.

Alguien había aterrizado junto a él y parecía tomarse su tiempo para analizar la situación hasta que decidió agarrar su muñeca con intensiones de quitarle el brazalete, al parecer había entendido lo que él había intentado hacer. Al final, con algo de trabajo, el brazalete se liberó y por fin el oxígeno comenzó a circular por el cuerpo del chico y quien abrió los ojos al momento.

Delante de él había una chica de su misma edad, de cabello y ojos castaños, con pantalón beige y una blusa blanca con manchas de tierra y polvo. Parecía enojada y preocupada al mismo tiempo. Mostraba cansancio por correr tanto y se encontraba un poco despeinada. ¿La habían estado persiguiendo? ¿Por qué? Estaba confundido. La analizó un poco y descubrió que no sentía magia alguna provenir de ella, pero parecía que ella había entendido la situación con rapidez.

- Gracias – dijo Ayruetl entre respiraciones profundas.

- Esto – Ella le enseñó el brazalete - ¡¿Estás loco?! ¡Casi te mata!

- ¿Qué?

- Este brazalete – Ella lo miró tratando de calmarse – Controla el flujo de energía, pero si lo usas por mucho tiempo, provocará que tu oxigenación se vuelva muy mala. ¿Cuánto tiempo lo llevaste puesto?

- Una semana – dijo preocupado.

-¡Una semana! Agradece que llegué a tiempo. Faltaba poco para que tu corazón dejara de latir. ¿Cómo se te ocurrió usarlo? ¿Cómo llegó a tus manos?

- Alguien...

- ¿Alguien?- La chica inspeccionó el brazalete con cuidado – No es un regalo que cualquiera daría. O te apreciaba o te tenía miedo, quizás ambos. Se ve que no sabía lo que podía causarte.

Ayruetl sentía como si hubieran insultado a la sacerdotisa que por tanto tiempo le cuidó como si fuera su hijo. Era imposible que la sacerdotisa le quisiera causar daño.

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