Capítulo 2: Un mal día de trabajo con los muertos.

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Eran las 6 de la mañana cuando ya me encontraba lista para irme a trabajar. Mi ropa siempre consistía en un overol viejo de jean, holgado y roto en algunas partes, siempre me lo llevaba puesto para evitar pasar por la mala suerte de que mi ropa se perdiera o arruinara de forma misteriosa, tal como me había pasado el primer día de trabajo. Llevaba una blusa manga larga color marrón oscuro bajo el overol, tenía varias iguales por lo que siempre usaba el mismo color. Por último mis queridas botas de trabajo marrón, sucias y viejas, pero me protegían bien del frio y la tierra, además de que eran bastante cómodas.

Agarre mi pequeña mochila y me la colgué en el hombro, salí sin mirarme mucho en el espejo, siempre iba igual y mi cabello no tenía mucha gracia, por lo que con tan solo saber que no tenía lagañas era suficiente belleza para mí, después de todo no necesitaba que nadie me viera bonita ni preocuparme por esa norma social.

Nunca tomaba ningún tipo de transporte, era peligroso para mí y los demás. El trabajo quedaba no muy lejos, era un pueblo pequeño para mi “suerte”.

En 10 minutos había llegado a las puertas del cementerio, respire hondo antes de entrar. Dejé mi bolso en el pequeño cubículo donde el señor Frederic y yo guardábamos las palas, guantes, rastrillos y varias cosas más. Como siempre, note que mi compañero había llegado antes que yo, sus cosas ya estaban ahí y faltaban un par de guantes.

Me puse mis guantes y con la música pasando de mis audífonos a mis oídos empecé a trabajar. Lo primero era quitar las hojas naranjas que el otoño estaba dejando para avisar que se acercaba el invierno. Debía tener la primera tumba hecha para las 9 de la mañana, según el itinerario que nos habían dejado en el tablón, tenía que cavar 3 tumbas ese día.

El señor Frederic no solía verse por ese lado del cementerio, él se ocupaba de la zona norte y yo de la zona sur, por lo que no lo veía más que a la hora del almuerzo o cuando coincidíamos en buscar algo al cubículo. Sin embargo, a pesar de toda la niebla densa que había esa mañana y el silencio común del lugar, pude escuchar unos gritos por encima de la canción que escuchaba, retire uno de mis audífonos mientras alce la vista del suelo para ver al señor Frederic correr en mi dirección a la mayor capacidad que su viejo cuerpo podía.

— ¡Chloe, ayúdame!— En su rostro se veía la desesperación y el terror.

No dije nada, estaba concentrada en ver que huía, pero una densa capa de niebla venia justo detrás de él, se veía como si la niebla fuera quien lo perseguía. Aun así dejé caer el rastrillo y busque mi pala con rapidez, pero esta ya no estaba en el mismo sitio, mire a todos lados y vi como un trío de mapaches estaba luchando por llevarse la pala ¿Para qué carajos quieren una pala unos mapaches?

— Tiene que ser una broma— Susurre, olvidándome por un segundo de mi mala suerte y de las bromas pesadas que solía jugarme.

El señor Frederic me había pasado de largo en el instante que volví a alzar la mirada, la cortina de niebla me trago y definitivamente era la nieblas más densa que había visto en toda mi vida, no podía ver más allá de mi nariz, no lograba siquiera ver el suelo.

— ¿Señor Frederic?— Pregunte con la voz un poco temblorosa cuando escuche unas hojas crujir detrás de mí, me voltee, pero no logré ver nada.

No recibí respuesta, en cambio solo escuchaba hojas crujir constantemente y un gran pavor empezaba a formarse en mi pecho ¿Qué demonios estaba pasando?

— ¿Quién está ahí?— Dije lo más fuerte que pude mientras tomaba el rastrillo para tratar de defenderme— Tal vez no lo parezca, pero este rastrillo tiene bastante filo— Me sentí estúpida luego de decir eso, pero eso no importaba en ese momento.

Sangre MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora