2.

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Tenía los ojos vendados mientras cabalgaba a Eric a ritmo lento, moviendo con sinuosidad la pelvis para profundizar las estocadas que, de tanto en tanto, su novio le brindaba al levantar la cadera.

También estaba atado por las muñecas; el nudo casi le cortaba la circulación, pero no se quejaba porque con los años le había cogido gusto a esos juegos que, en el pasado, le habían resultado extraños y retorcidos.

No podía verlo. Solo lo escuchaba jadear por lo bajo y suspirar; solo podía sentirlo profundo en sus entrañas; solo estaba allí arrojado a las sensaciones, expectante ante las caricias y los breves pellizcos en sus nalgas.

—Eres una perra muy sucia, Alan. —Le escuchó decir y suspiró inaudiblemente ante el insulto—. Eres la zorrita más rica que me he cogido en toda mi puta vida. ¿Lo sabías?

—No... —musitó volviendo a sentir un remolino de emociones en su pecho, en su cabeza.

Eric soltó una risa nasal para, acto seguido, empujarlo sobre el colchón con cierta brusquedad. Luego sintió que llevó sus manos a la base de barrotes de la cama; escuchó el sonido metálico del tintineo de las esposas, y contuvo la respiración cuando quedó inmovilizado.

—Hoy te voy a enseñar una gran lección, hijo de puta. —Le escuchó decir con un tono de voz más grave de lo habitual.

—Eric... te dije que las cosas con calma, ¿de acuerdo? —pidió con la voz titubeante, con un nudo casi cerrándole la garganta—. Dijiste que ibas a controlarte esta vez —le recordó luego de relamerse los labios al sentirse ansioso—. Sabes que quiero y me gusta estar contigo, pero...

Entonces recibió una bofetada que lo hizo callar de inmediato. No fue un golpe agresivo, pero sí lo sorprendió porque no se lo esperaba.

—Cierra la maldita boca, pedazo de mierda —espetó Eric con una sonrisa de medio lado—. Aquí el que pone las reglas soy yo. Te aguantas porque no te queda de otra.

Alan tosió y tragó saliva con dificultad. Quería arrancarse la venda para mirarlo a los ojos. Deseaba ver sus gestos y preguntarle por qué lo había golpeado.

—No me pegues, Eric —murmuró como un miserable—. Haré lo que me pidas pero no me pegues más —suplicó.

Alan hizo un pequeño esfuerzo y pronto volvió a sentirse vulnerable. Las lágrimas escurrieron por sus ojos y terminaron secándose en el pañuelo que se los cubría. Entonces aflojó cada músculo de su cuerpo y sollozó cuando se halló listo para la inminente violación que estaba por vivir.

Sintió los dedos de Eric surcándole los brazos y empezó a negar con la cabeza una y otra vez, como si con dicho acto pudiese convencer al demonio que tenía encima.

Eric estaba furioso porque rápido se posicionó tras él y comenzó a embestirlo sin importarle el ardor que empezó a sufrir en sus muñecas laceradas por las esposas. También le halaba el cabello y le dejaba fuertes y breves mordidas en el hombro izquierdo.

Lo oía jadear como una bestia en celo, pero tenía los huevos aprisionados en un nudo que el malvado le había impuesto como castigo. Quería liberarse y disfrutar, pero aquella noche, aquello no estaba permitido.

—¿Estás llorando, Alan? —le preguntó tras su oreja antes de picarle los ojos cuando buscaba lágrimas en estos.

—Ya déjame, te lo suplico... —Y sollozó tratando de esquivar su cuerpo, haciendo resonar las esposas contra los barrotes de hierro.

Pero entre más intentaba huir, más acorralado se sentía. Eric lo tenía afianzado por las caderas y su agarre comenzaba a ser agresivo, tanto que, aquellos dedos se le encarnarían en la piel de seguir al mismo ritmo.

A puerta cerrada 2 © [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora