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Cuando Eric salió de la habitación, Alan quiso ir tras él, pero su enojo y su tristeza se lo impidieron; porque, pensándolo bien, Eric no le había negado nada. Y, si todavía sentía amor por Martín, ¿por qué seguía con él? ¿Por lástima? ¿Por costumbre?

Se sintió terrible, pero decidido. No iba a ser el plato de segunda mesa de nadie. Ya no lo hablaría más con Eric porque este, en lugar de quedarse para remediar la situación, se había marchado muy molesto.

Entonces, tan dolido como estaba, empacó unas mudas y bajó a la primera planta con maleta en mano. Se sorprendió al enterarse de que Eric también se había marchado. Eso le pareció muy bajo, tal vez como una señal de que las cosas en realidad nunca habían estado bien.

No quiso volver a casa de su padre; decidió rentar un cuarto de hotel solo por una noche. Puso en silencio su móvil y se acostó a dormir para descansar un poco, para no pensar en lo que había ocurrido hacía apenas una hora atrás.

Sin embargo, aquella noche tuvo un sueño, uno que en realidad había ocurrido en la vida real:

Soraya lucía preciosa con su vestido blanco y aquella tiara de piedrecitas brillantes. A su lado, un Martín bastante elegante le hacía compañía con un fraque negro y una corbata roja.

La noche anterior lo habían pasado con Martín en su despedida de soltero en un antro muy popular. Eric se había mostrado contento; no parecía afectado en ese momento; quizás por el alcohol que muchas veces mata y otras tantas seda. Por su parte, Alan había hecho de conductor designado para que la noche no terminara en estadística, en tragedia.

No obstante, cuando el sacerdote los anunció marido y mujer, después de preguntar si alguien se oponía a aquella unión, Eric se quedó tan petrificado como un fósil; es que parecía un muñeco de cera, una réplica perfecta de su novio.

Por un momento, en medio de sus reflexiones, creyó que Eric brincaría de su asiento para impedir la boda; pensó que arruinaría el día especial de Martín porque todavía no lograba borrar aquel febril enamoramiento de su juventud.

Pero no ocurrió así...

Cuando los novios se besaron, un grueso telón cayó de los ojos de Alan al notar que Eric lloraba sin inmutarse de su asiento. Quiso consolarlo, preguntarle qué ocurría, pero al final se quedó callado esperando a que el otro le aclarase aquel comportamiento. Aunque jamás lo hizo.

En la recepción se mostró serio, pero hizo un brindis que Alan tachó de sentimental en ese instante; parecía afectado, más que conmovido. Porque después salió del salón y caminó solo hasta un área del jardín en donde se hallaba una piscina preciosa. Allí se cubrió el rostro con ambas manos después de aflojarse la corbata en un acto de derrotismo. Lloró en silencio, creyendo que nadie lo observaba, pero Alan lo había visto todo.

No quería ser un dramático, pero despertó llorando y tuvo la necesidad de ir a buscarlo; quizás iba a pedirle perdón por haber supuesto algo de lo que no estaba seguro. Porque tal vez eso sería lo mejor: intentar remediar las cosas antes que tomar la drástica decisión de marcharse de su casa, porque también era suya, ¿no?

Miró su móvil en busca de algún mensaje por parte del castaño, pero dedujo que seguía enfadado porque no se había dignado en escribirle. Ni siquiera sabía si estaba en casa o se había largado con... Martín.

Buscó el número del de dos metros y le marcó, pero era tan tarde que el muchacho no le respondió porque tal vez ya estaba durmiendo. Se arrepintió de haberle llamado porque entonces Eric lo sabría; Martín le contaba todo dándole santo y seña. Quizás Eric iba a pensar que lo estaba acosando, que andaba de celoso buscándolo en su casa o preguntando por su paradero antes de llamarle a él para aclarar las cosas.

A puerta cerrada 2 © [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora