Resurgir

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Disclaimer: Nanatsu No Taizai y sus personajes pertenecen a Nakaba Suzuki.

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La cortina que cubría la ventana se movió ligeramente. La brisa otoñal entraba a esas alturas por todos los recovecos entreabiertos de la casa, produciendo una especie de sensación fría en el cuerpo. Jericho se levantó y cerró la ventana. Después, volvió a sentarse en la silla del tocador y se miró en el espejo.

Había cambiado mucho en los últimos años de su vida. En primer lugar, su apariencia era completamente distinta. Se había dejado el pelo mucho más largo y había aprendido a aceptar que podía ser fuerte y vestir con ropa de mujer, así que eso hacía. Había crecido también; ya no era la cría de antaño, no lo reflejaba ni en su físico ni en sus ideales tampoco.

La ingenuidad del pasado se había ido para siempre, aunque sí preservaba su altruismo, característica que jamás se alejaría de ella. Pero, simplemente, pensaba las cosas con más detenimiento y, sobre todo, analizaba las consecuencias que sus actos podrían tener en un hipotético futuro. No se lanzaba de cabeza al vacío sin más; en esa época de su vida, se detenía a pensar. Demasiado tal vez, para su antiguo yo.

Jericho se iba a casar en tres horas. ¿Por qué? Porque era lo que más le convenía, probablemente. Nunca se había planteado hacer algo así, pero analizando la situación minuciosamente, tenía sentido. Su prometido, un Caballero Sagrado de gran valor, era un buen hombre. No podía decir que lo amara porque se estaría mintiendo a sí misma, pero cariño sí le tenía. Él se había empeñado tanto en conquistarla que finalmente la chica había cedido. Solo le aportaba ventajas: estabilidad, un hogar, una futura familia, un prestigio; pero también un vacío inmenso que intentaba ignorar constantemente.

Era completamente consciente de que no lo merecía, pero no quería perder la oportunidad de crear un futuro en el que fuera feliz. Sin embargo, ¿podría ser feliz en un matrimonio sin amor y en el que se embarcaba sin saber completamente la razón por la que lo hacía? Probablemente —aunque ella ni siquiera lo sabía—, actuaba por puro rechazo a la soledad. Estaba cansada de pasar las noches sola, de no sentirse relevante para nadie, de no experimentar el revuelo en el estómago que solo había sentido con cierta persona del pasado.

Cada vez que se acordaba de él, algo en su alma se desconectaba. No tenía sentido seguir amando a una persona que nunca la correspondería y que, además, estaba perdidamente enamorada de alguien más. No tenía sentido, pero aun así, no podía ir en contra de sus sentimientos. Simplemente, era algo superior a sus fuerzas, que le corroía las entrañas y le drenaba las ilusiones.

En las últimas semanas, el carmesí de sus ojos rasgados la perseguía en sueños, en los que le recordaba que no iba a sentirse plena al casarse con alguien que no amaba. ¿Por qué? ¿Por qué precisamente tenía que ser él la voz de la razón, si era alguien que continuamente la había rechazado? ¿Qué pretendía su subconsciente exactamente?

Recorrió la línea de su rostro con la yema de sus dedos. No acostumbraba a maquillarse, pero parecía ser que en esa ocasión tendría que hacerlo. Muy pronto, la habitación estaría llena de estrés, de prisas, de gente atosigándola con miles de preparativos. De solo pensarlo, le entraba dolor de cabeza y unas ganas infinitas de que toda la ceremonia acabara. De todas formas, la persona que verdaderamente era importante para ella, que le hacía ilusión que la viera casándose, ni estaba ni podía estar, así que le resultaba algo muy insustancial.

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