Eric y Martín charlaban sentados en una de las gradas de la Macroplaza. El partido recién había acabado y la gente aún no se dispersaba porque se llevaría a cabo otro encuentro con otra liga local.Desde su auto, aparcado a casi media cuadra de las canchas de baloncesto, Alan fumaba mientras observaba sonreír a su novio.
Quería bajar del vehículo e ir a saludarlo; llevárselo a casa y preguntarle por su día, por novedades. Quería decirle todo lo que hacía tanto tiempo no le decía; quizás darle un beso en medio de toda esa gente, aunque le seguía pareciendo una locura...
Cuando lo vio ponerse en pie para darle un abrazo de despedida a Martín, entonces arrancó el motor de su coche y se perdió entre el tráfico para no ser visto por Eric ni por algún conocido. No le gustaba la idea de que pensara que lo estaba espiando porque no lo hacía a menudo.
En casa preparó una ensalada y unas pechugas de pollo que asó a la plancha con pimienta y sal. Destapó una cerveza y se sentó en la barra de desayuno a mirar el televisor que se hallaba empotrado a una de las paredes de la sala de estar.
Escuchó el auto de Eric estacionándose frente a la acera de aquella casa que habían comprado juntos hacía algunos años, cuando las cosas marchaban mejor que en su presente.
Eric entró sudado y le dedicó una sonrisa desde el umbral de la puerta; luego le dijo que iría a ducharse para bajar a cenar. No hubo besos de bienvenida como en el pasado, nada.
Alan lo siguió con la mirada y tuvo un flashazo de antaño. Pudo vislumbrar a un Eric llegando y apretándolo en un abrazo, comiéndoselo a besos y tomándolo allí mismo, en la cocina o en la sala.
Sintió amargura y se empinó la botella para darle un par de tragos. Después salió al portal y se sentó en uno de los escalones para fumarse un cigarrillo en medio de remembranzas dulces y agrias; porque no podía olvidarse del enlace nupcial de Martín; de la forma en la que había visto a Eric por el feliz acontecimiento. Y quería preguntárselo para salir de dudas, pero siempre terminaba acobardado y callaba.
En medio de sus cavilaciones escuchó el rechinar de la puerta mosquitera y viró la cabeza un poco para ver al castaño. Este estaba en el umbral de la puerta y lo veía sin ofrecerle por lo menos una sonrisa.
—¿Vas a cenar? —le preguntó de pronto.
—Sí, te estaba esperando.
—Vamos.
Se sentaron frente a la barra de desayuno y comenzaron a comer en silencio. Antes había mucha conversación y era más ameno tragar y charlar de cualquier nimiedad. El silencio era abrumador, pero existía el temor de caer en discusiones si se atrevía a mencionarlo.
—Fue un día muy largo —comentó Eric con un amago de sonrisa cansina—; pensé que no iba a terminarse nunca.
—¿Por qué?
—No sé, tuve esa sensación desde la mañana y perduró el resto del día. —Sonrió—. ¿Cómo fue tu día?
—También fue largo, un poco aburrido en el trabajo, pero no puedo quejarme.
—¿Y eso?
Se permitió una sonrisa y lo miró un momento antes de avisarle:
—Me dieron un aumento. A partir del jueves estaré ganando más.
Eric sonrió y le palmeó el hombro con cierto entusiasmo.
—Te lo mereces, Alan.
—Podremos darnos ciertos lujos —presumió de mejor humor; vio que Eric le sonrió con las cejas alzadas, y comentó—: No sé, quizás podremos ir a la playa en unas semanas.
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A puerta cerrada 2 © [EXTRACTO]
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