Capítulo - Viajero

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Un determinado puñetazo izquierdo, cubierto de vendas, se dirige al pecho desnudo de un hombre de complexión tosca y definida. Aquel golpe provenía de un muchacho de piel fuertemente morena, con una seguridad en su movimiento que sin darse cuenta dejó descubierto su costado derecho, siendo tumbado por un despliegue lateral de la pierna del contrincante. En el suelo, su exhausto mirar se expone, teniendo a gritos el festejo de su rival al haberlo derrumbado.

—¡Ves como no eres invencible, Gullivert!

—No me digas así —dijo cabizbajo—, sólo Gi.

Decaído, Gi anuncia ser malas noticias, debió entrenar más. Su físico lo ha mejorado considerablemente con los años, tiene mayor rendimiento, energía, fuerza, vitalidad, ha dominado 2 artes marciales en 5 años (Kick Boxing y Kendo), pero algo en él indica que no es suficiente. Recibe una palmada en su hombro de aquel hombre tosco, que dice ser su entrenador personal, recomendando no exigirse más. Ha respondido desde el primer día de la mejor manera, más que cualquier discípulo que ha ingresado.

—No le veo necesidad de saturarte

—Lo es —contestó Gi, tambaleándose hacia adelante—. Lo debo hacer.

—Muchacho, tienes dieciocho años, deja las responsabilidades para la gente mayor, y disfruta tu vida.

—Mi vida es mi familia, y debo protegerla —cuchicheó y enseguida irguió con voz de reclamo—. Enséñeme otro arte marcial. ¿Qué le parece el Jiu-jitsu?

—Es tarde, Gi. No querrás hacer esperar a la señora Poleth, ¿Verdad?, lo dejamos para otro día.

—Entonces, dígame con qué puedo iniciar...

—Basta, Gullivert —aseveró el señor, tajante, con aire de desdén en el gesto—. No todo es físico, mejor entrena tu mentalidad, quizá es lo que ocupas para entender que has avanzado. Nos vemos mañana.

En las escaleras del salón de artes marciales, abrazado de su bolso de tela, Gi se encuentra sentado enjuiciándose, como si su vida hubiese acabado tras esa patada. ‹‹Todos mis esfuerzos por proteger a mi familia habrían acabado››. A la distancia, una camioneta del año 76 se avecinó con una luz delantera encendida, haciendo que Gi se enderezara y retirará a palmadas el polvo de su retaguardia. Ajustó el morral a la espalda, y con labios enroscados observa al vehículo orillarse delante de él, escuchando las jacarandosas buenas noches de una señora de 68 años, la señora Poleth; jubilada, robusta y con prenda floral suelto. El muchacho haló de la manija para adentrarse y deseó las buenas noches.

—Vaya que es tarde —dijo Poleth con un timbre risueño y burdo.

—Lo siento, decidí quedarme un tiempo de más

—No te preocupes, Gi, sirve que me oreó un poco —aleteó su mano como abanico—, respiro aires nuevos que los del rancho me estaban mareando al salir.

Con una leve sonrisa y enternecido ojazo de Gi, este se vuelve a disculpar. A pesar de no tener un aspecto que ayude a percibirla como una agradable mujer, Gi la considera alguien espectacular; sin embargo, existe gente que al verla en los supermercados la juzga por su corpulencia, y la tachan de conflictiva. Con el tiempo se demuestra su lado adorable, repleta de cariño, así tenga la voz aguda y carrasposa al estar contenta. ‹‹Debo entrenar más por mi familia›› desvió Gi a la nada con amargura.

—¿Cómo te fue dulzurita? —preguntó Poleth ajustando sus anteojos finos

—El entrenador acabó por derrumbarme

—Bueno, de los errores se aprende, Gi

—Tal vez ocupe aprender otra arte marcial

—Deberías descansar de vez en cuando

En busca de los tiempos perdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora