Dragón de poesía

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25 de julio de 2019, Noruega.

Mi madre siempre me decía que había que recitarle a la luna cuando estuviera llena.

Así empezaba mi cuento favorito de pequeña. Ella me contaba que, en esas noches, cuando los lobos aúllan con más fuerza, había algo en la luna que pasaba miedo, y que la mejor forma de calmarlo era con poesía. Entonces, empezaba a cantar versos y yo me quedaba dormida escuchándola, como si me hipnotizara. Se le daba muy bien contar historias y lo hacía todos los fines de semana, quedándose a dormir conmigo para hablarme de magia, monstruos y brujas. Pero mi favorito era aquel de los versos para la luna.

Eran, además, poemas especiales. El cuento hablaba de lo importante que era confiar en ellos para que tuviera sentido, para que sirvieran de verdad. Sin duda, se convirtieron en el hechizo perfecto, porque fueron lo que me hizo creer en la magia y tener la esperanza de descubrirla alguna noche de luna llena.

¿Y por qué una chica de veinte años, que lleva tres viviendo sola a miles de kilómetros de su casa, se pone a recordar que hay que recitarle siempre a la luna?

No sé si conoces Noruega, pero mirar al cielo nocturno aquí es mucho más especial que en cualquier otro lugar. Me vine porque mi sueño era estudiar astronomía con las madrugadas más especiales.

No me lo pensé dos veces al coger la maleta para, al menos, seis años. La primera noche, al asomarme al balcón, supe que no me arrepentía de nada. Era más maravilloso de lo que me esperaba.

El problema, y los recuerdos de los cuentos de mamá, vinieron mucho después.

En concreto, hace tres meses, cuando entré en el Observatorio Astronómico Nacional para hacer las prácticas de la carrera. Suena ideal para alguien con mis planes, ¿verdad? A mí también me lo pareció en su momento, no te lo voy a negar.

Prometo que ya empiezo a explicar las cosas, que esto te debe estar pareciendo un sin sentido de carta.

A las dos semanas de empezar las prácticas me tocó la primera guardia completa de madrugada: seis o siete horas seguidas comprobando telescopios, cámaras, radares... ¡Y en noche de luna llena! Estaba entusiasmada porque las vistas serían impresionantes. Me parecía emocionante a la par que agotador, pero rápidamente se me fue cualquier rastro de sueño. Entramos a las nueve, después de cenar y tomarnos un enorme tazón de café todos juntos.

Empecé con una tarea bastante sencilla: comprobar las coordenadas de los telescopios para que apuntaran a nuestro satélite desde todas las perspectivas posibles. Cuando acabé, me dejaron un rato para que observara lo que quisiera hasta que terminaran de calibrar las cámaras.

Los primeros aullidos de la noche ni los oí, pero cuando cogí el telescopio 3 (el mejor para ver la luna) fui más consciente de ellos que nunca. Empecé a ver algo moverse en los bordes de la imagen. Pensé que habría suciedad o polvo en las lentes, hasta que el siguiente lobo me trajo a la mente alguno de los versos de mamá.

Al principio, solo era capaz de distinguir una silueta alargada que parecía estar inquieta. Se movía rápido y sin mucho sentido, solo por el límite iluminado del astro. Deduje que tendría que ser enorme para que yo pudiera distinguir sus movimientos a tanta distancia, por mucho aumento que tuviesen aquellos telescopios. Entonces recordé que, en el cuento, ese algo que se asustaba y buscaba nervioso cómo esconderse cuando no había zonas oscuras. Mi madre decía que cuanta más gente recitara esas noches, más días duraba la luna llena, porque esta criatura dejaba de buscar la sombra.

Suena ridículo y puedes pensar que estoy loca, lo sé, a mí también me lo pareció, incluso viéndolo en primera persona.

Nunca me había sentido tan desorientada. ¿Qué se supone que haces cuando descubres vida —o algo que se parece a vida— en otro cuerpo celeste? Dudaba si pedir ayuda a mis compañeros, si hacer fotos, si investigar por mi cuenta... No tenía ni idea de qué opción era la mejor y debió notarse desde fuera, porque me quedé tan paralizada que perdí la cuenta de cuánto tiempo estuve en frente de la imagen. Solo era capaz de mirar incrédula, sin reaccionar.

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