Capítulo 5

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Al final Sycamor dejó a Katherine en el suelo.

—¡Estoy muy emocionada!

—Yo también lo estoy, Katie —le contestó Sycamor—. Pero ahora mami y yo tenemos que hablar un momento.

Me tensé al escuchar aquello. Era lógico que quisiera hablar. ¿Qué me diría? Cogí a Katie de la mano y nos acercamos al profesor Layton.

—Profesor, ¿podría cuidar a Katie un momento? Sycamor y yo tenemos que hablar.

—No le importa, al fin y al cabo, es su sobrina —respondió Sycamor por Layton sonriendo.

—Vaya, claro, por supuesto, me quedo con ella —contestó sorprendido.

El profesor Sycamor y yo salimos del hotel y empezamos a caminar en silencio. Era un silencio incómodo y no sabía cómo romperlo, además del miedo que tenía de decir cualquier cosa. Llegamos a una pradera delante de un acantilado y allí nos quedamos en silencio observando el paisaje mientras el aire nos acariciaba.

—¿Puedes decir algo? Por favor —le pedí desesperada.

—Es que no sé qué decirte...

—Yo jamás quise ocultar a Katherine. Debes de entenderme, habías muerto delante de mis ojos.

—Lo sé, no puedo culparte, tampoco lo hago. Hiciste lo que debías hacer.

—¿Por qué no moriste? ¿Acaso fingiste tu muerte?

—Mi intención era morir, ya no tenía nada que hacer en este mundo. Pero después la intención era fingir mi muerte.

—¿De Desmond Sycamor o de Jean Descole?

—Las dos quizás.

—¿Y qué hizo que cambiaras de opinión?

—La charla que tuve con Aurora antes de que desapareciera.

Suspiré agotada. Si simplemente hubiera rechazado ese caso no me hubiera reencontrado con el profesor Layton ni con su hermano, pero tal vez hice bien en venir, Sycamor merecía conocer la verdad. Y Katie también, pero a ella se lo explicaría cuando fuera más mayor.

—¿Sabes? Cuando estaba a punto de dar a luz estaba aterrada. Yo no tenía ni idea de cómo debía cuidar a un bebé. No sabía cómo se comportaba una madre, todavía no lo sé —dije con una sonrisa tonta—. El día que di a luz estaba sola, no pude avisar a nadie, pero cuando nació y la cogí en brazos por primera vez supe que todo estaría bien. Era tan pequeñita, pero tan calmada. No creía que podría querer tanto a una personita.

Vi como Sycamor sonreía enternecido, pero rápidamente quitó su sonrisa antes de hablar.

—¿Leon Bronev lo sabe? ¿Sabe que tienes una hija? Supongo que si lo supiera no sabrá que es hija mía.

—No, no sabe nada de mí desde hace cinco años. Me dolió en el alma lo que me dijo.

—Normal —hizo una pausa—. No puedo evitar alegrarme que no sepa nada.

—¿Por qué?

—Leon Bronev... Ese miserable... Ese hombre mató delante de mí a mi familia —escuchar eso me rompió—. Vino a mi casa, no sé si recordaría quién era, me incitó a unirme a Targent de mala manera. Obviamente me negué, pero mi mujer y mi hija pagaron las consecuencias. Vi como morían a sus manos delante de mí.

—Lo siento muchísimo.

—Sabes de lo que hablo. Ese hombre tiene la sangre muy fría, asesinó a mi familia, a su propia nieta, pero también a tus padres y, aun así, tuvo la poca vergüenza de criarte después de arrebatarte tu vida.

Guardé silencio. No sabía que decir. Tenía demasiada razón como para decir nada.

—Me gustaría que formaras parte de la vida de Katie —puse una mano en su hombro para que me mirara—. Quiero que sea feliz.

—Yo también quiero. Quiero ejercer de padre y quiero hacerla feliz. Pero tengo que irme.

—¿Cómo?

—Tengo que marcharme a Estados Unidos por un año. Embarco el mes que viene.

Mis ojos se humedecieron y las lágrimas empezaron a salir en silencio. No quería ocultar que estaba llorando. Ahora que había conseguido sincerarme con él, ahora que lo había encontrado. ¿Cómo le iba a decir a Katherine que su padre se marchaba a la otra punta del mundo?

—Emmy, no llores, volveré.

No pude contestar. Quería estar sola, necesitaba pensar demasiadas cosas, pero debía mantenerme serena si no quería volverme loca.

—Voy a volver al hotel. ¿Quieres venir? —negué con la cabeza—. ¿Pero quieres que me quede? —volví a negar—. Entonces te dejaré aquí. Parece que necesitas pensar y quieras estar sola.

Desmond Sycamor se alejó de mí y volvió al hotel. Me senté en la pradera y terminé por tumbarme sobre el césped. Después de todo. Después de casi seis años había vuelto Sycamor a mi vida y ahora que pensaba que Katie lo podría tener me dice que se marchaba. Se marchaba solo un año, pero era un año entero. Un año entero para Katherine. ¿Cómo se lo iba a explicar?

No sé cuánto tiempo pasé allí tumbada viendo las nubes pasar. Recordaba mi estancia en Hoogland, todos aquellos días tumbada en sus praderas pensando en los patucos de Ruby y sin pensar que en unos meses tendría un bebé entre mis brazos que amaría con todas mis fuerzas.

—Hola.

—¡Profesor!

—Me ha dicho mi hermano que estarías aquí —dijo sentándose a mi lado—. Me ha contado todo lo de Katherine, grosso modo.

—¿Sabe? Muchas veces estuve a punto de ir a su casa desesperada en busca de ayuda con Katherine. Le hubiera contado todo, pero hubiera sido muy violento.

—Sabes que te hubiera ayudado —me dijo.

—Pero usted imagínese que aparezco un día en su casa con un bebé y le digo que es su sobrina porque su hermano y yo nos liamos mientras resolvíamos el misterio de los ashalantis. No me hubiese creído.

—Sí que te hubiera creído. Katherine se parece mucho a mi hermano.

—La verdad es que sí, tiene sus ojos. Cada vez que se me queda mirando fijamente recuerdo como Jean Descole murió enfrente de nosotros.

—Quizás fue eso. Murió Jean Descole —reflexionó—. También me ha dicho que te ha comunicado lo su viaje a Estados Unidos.

—Sí... Una estancia de un año.

—Emmy...

—¿Cómo le voy a decir a mi hija que después de encontrar a su padre, el que yo di por muerto, se marcha un año entero? ¿Cómo se lo digo?

—Encontrarás el modo, Emmy. Piensa que solo es un año y volverá a vuestro lado.

—Ya, pero... No sé...

—Lo único que puedo decirte es que en este sitio me he dado cuenta de que ambos merecéis ser felices —lo miré confusa—. Sea juntos o separados. Obviamente no podéis olvidar que tenéis una hija en común.

—Usted también merece ser feliz, profesor.

—Por cierto, Katherine se está poniendo nerviosa porque no te ve.

—Sí, tengo que ir a su lado —dije levantándome—. Mi hija me necesita.

Los dos nos marchamos al hotel y, nada más verme, Katie se lanzó a mis brazos. Yo la abracé con fuerza mientras recordaba que le debía decir que en un mes debería despedirse de su padre porque se marchaba a Estados Unidos.

—¿Cómo está la niña de mis ojos?

Vi a Sycamor mirarnos con ternura, pero todavía debía decirle a Katherine que seguiríamos solas.

El profesor Layton y la caja de músicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora