1: Despertar.

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Ese momento justo donde despertás de ese sueño en el que estabas sumido, sentís como tu cuerpo comienza a despertar del entumecimiento al que lo sometiste

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Ese momento justo donde despertás de ese sueño en el que estabas sumido, sentís como tu cuerpo comienza a despertar del entumecimiento al que lo sometiste. Recobrás las fuerzas, el aliento de vida que creíste perder, y empieza a resurgir en tu interior un nuevo sentir. Un sentir con una intensidad latente que lográs percibir con cada latido de tu corazón que te transmite la paz que creíste que no merecías, que transmite el amor que necesitabas y creías que habías sido despojado de el.

Pero en realidad todo estaba ahí, hacia falta volver a centrar la mirada en el camino de nuevo, en el buen camino que fue destinado para nosotros al nacer, el cual todos podríamos seguir si así lo deseáramos, si tan solo despertáramos de ese sueño en el cual permanecemos por voluntad propia; porque es verdad, cientos de miles de veces preferimos hacernos los ciegos, los sordos o los mudos, y cuando menos lo esperamos, nos estancamos en la comodidad.

Una comodidad que se siente más que bien al principio pero con el tiempo nos ahoga, con el tiempo nuestra alma agoniza necesitando volver a conversar con aquel que es su creador, necesitando restablecer aquella comunión con aquel que le da la vida. Y la comodidad deja de ser cómoda, y se convierte en algo que nos acecha y nos atormenta constantemente, porque sabemos que está mal, sabemos que esa clase de comodidad no es más que de parte del enemigo que llega a perturbarnos porque le dimos la oportunidad.

Nosotros mismos nos condenamos, hurgando en un pasado que ya quedó atrás desde el primer instante en el que resurgimos del agua del bautismo como criatura nueva.

Reprimimos nuestra necesidad y cuando menos lo esperamos, estamos intentando encarcelar nuestra alma, estamos condenando nuestra propia alma por un capricho. Preferimos eso, a la gloria eterna junto a nuestro Señor Jesucristo.

Y comienzan a llegar los pensamientos, aquellos que no son tuyos ni míos, pero que el enemigo te hace y me hace creer que sí lo son. Comienzas un enfrentamiento en el cual sientes que tienes todas las de perder, pero se nos olvidaba un pequeño gran detalle; somos hijos del Rey de reyes y Señor de señores, hemos recibido su nombre y aunque tú y yo nos creamos incapaces de poder ganar esta lucha, se nos olvida que Jesucristo pelea por nosotros.

Pero que increíble es el despertar.

El despertar de un alma abatida que se daña a si misma habitando en su propia agonía, prefiriendo soportar y dañarse a si misma, antes que doblar sus rodillas y clamar al cielo.

El despertar de un cuerpo que permanecía con los ojos vendados, cuyo velo cae con el simple soplo de parte de Jesucristo; entonces abrimos los ojos, por primera vez, como los niños al nacer, observamos todo nuestro entorno recibiendo información, captando lo que es de parte de nuestro Señor y lo que es capaz de proveer el enemigo para nuestra perdición si seguimos durmiéndonos.

Dios te eligió por una razón, no fue casualidad, no. Por eso estamos aquí hoy, fuimos sus elegidos tengamos mucho o tengamos poco, eso no importa, porque Dios te eligió.

Jesucristo te ha elegido a ti y a mi, y con voz de trueno ha proclamado que somos sus hijos, anunciando un propósito prometedor para nosotros. Entonces con una voz apacible nos vuelve a hablar, y como las abejas a la miel, somos atraídos nuevamente a ese primer amor.

Hoy desperté, hoy puedo ver de todo lo que me perdí, de cuanto extrañé estar despierta y sentirme viva, sentirme con regocijo.

Hoy volví a sentir ese primer amor y entendí mi necesidad de regresar a los brazos de aquel que me amó primero.

A veces creemos o esperamos de parte de Dios una gran señal, algo tan glorioso como ÉL, pero no siempre es así. Jesucristo nos habla y llega a nosotros a través de distintas maneras, todo es un recurso para ÉL.

Llega a nosotros en forma de una canción que atraviesa los parlantes y se introduce directo en nuestros corazones; provocando que lloremos, que reflexionemos o que nos alegremos tanto que deseamos volvernos a ÉL. En ocasiones hace que tu nombre penetre en la mente de algún familiar o amigo, quizás de algún vecino que sin saber está siendo usado y a través de ellos, Dios te da aliento para seguir o te recuerda como te sentías cuando ibas en busca de su presencia.

Entonces es en ese momento en el que comenzamos a replantearnos el por qué nos alejamos, si estando bajo la sombra de sus alas, lo teníamos todo.

Y no sé cómo, pero de nuevo las fuerzas se renuevan, ese sentir que comenzaba a palpitar en tu pecho estalla y de nuevo clamas a su nombre, de nuevo comienzas a sentir el fuego recorrer cada pequeña partícula que compone tu cuerpo y la vasija es llenada nuevamente con aceite y sin poder evitarlo estás quebrantado, comenzando a hablar en nuevas lenguas. Tu alma es liberada y no hay nada que te importe más, que exaltar su nombre. Un nombre que es por sobre todo nombre.

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Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Filipenses 2:9-11
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Es el momento justo para armarte de valor, para que aceptes nuevamente que aquel que te dio su nombre, te quiere de nuevo junto a ÉL.

Jesucristo no va a echarte en cara las veces y cómo le has fallado, para nada. ÉL va a ser tan misericordioso como la primera vez que lo fue contigo y conmigo, no importa que te caigas, en tanto vuelvas hacía aquel camino de bien, colmado de bendiciones que ÉL preparó para ti.

No temas del que dirán, no temas de aquellos pensamientos hostigadores que el enemigo ideó para alejarte del primer amor.

Recuerda que tienes un Dios de segundas oportunidades y como dice su palabra:

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El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.
2 Pedro 3:9
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Nuestro momento de arrepentirnos es ahora, no esperemos a que el enemigo destruya todo lo maravilloso que Dios preparó para nosotros.

Volvamos al camino, volvamos con nuestro amado.

Volvamos al camino, volvamos con nuestro amado

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