◕ Evitando el Sobreesfuerzo ◕

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            Tanukichi trabajaba, de forma ardua y constante, desde hacía unas horas. Sin detenerse. Era media noche y aún seguía en ello.

            Desde que llegara del trabajo, lo menos que había hecho era descansar. Luego de consumir la deliciosa cena —cosa que no pudo notar debido a que estaba algo apurado— servida por su esposa, Okuma Tanukichi se puso manos a la obra, casi de inmediato.

            A las doce y cuarto suspiró con cansancio, dejó un momento lo que estaba haciendo y se echó hacia atrás en su silla. Cerró los ojos y se dedicó a revivir, y movilizar, sus entumecidas extremidades.

            Estiró su cuello, consiguiendo que tronara por la presión. De ésta forma, pudo reacomodar algunos huesos en su respectivo lugar. Estiraba las manos, cuando sintió que alguien más ingresaba a la habitación.

            Abrió los ojos para ver que trataba de Kajou Ayame, su esposa.

            —¿No piensas dormir hoy tampoco? —preguntó ella, con voz suave.

            Sin esperar respuesta, la pelinegra rodeó el escritorio del castaño y, con cuidado, tomó los rígidos hombros de él para, acto seguido, darle un suave y revitalizante masaje. Tanukichi suspiró ante el gesto.

            —Aún no, tengo que terminar esto lo más pronto posible. —Sin querer, emitió un nuevo suspiro debido a lo reconfortante que era aquel masaje y el alivio que producía.

            —¿Es tan necesario que lo termines hoy?

            —Hum, bueno, en realidad, ya estoy en la parte final. —sonrió—. De hecho, ahora mismo tenía pensado tomarme una media hora de descanso...

            Casi de inmediato, las manos de la pelinegra detuvieron lo que estaban haciendo. Tanukichi, quien desde que su esposa comenzara con el masaje, había mantenido los ojos cerrados, los abrió al sentir que ella se detenía.

            —¿Pasó algo? —preguntó, alzando la mirada para verla a la cara.

            Se sorprendió un poco al ver que Ayame sonreía, de una forma muy extraña, y su oscurecida mirada se hallaba oculta por su flequillo. Con una voz que se le antojó completamente diferente a la que estaba acostumbrado a escuchar, ella habló:

            —Con que media hora, ¿eh? —retiró las manos para después alejarse unos pasos—. ¿Eso quiere decir que, si no estás muy cansado, podemos divertirnos un poco?

            Tanukichi parpadeó dos veces antes de responder:

            —¿Divertirnos? —tal vez era por el trabajo, o porque su mente aún se hallaba en otra parte, que parecía no entender—. ¿En qué forma?

            —Mmmmm, no lo sé. Hay muchas cosas que podemos hacer en media hora.

            Moviéndose muy despacio, y con una mano apoyada en la pulida superficie, rodeó nuevamente el escritorio, para situarse justo en frente, abarcando su rango de visión.

            Fue en ése momento que Tanukichi lo notó.

            Era increíble cómo, en ocasiones, podemos llegar a concentrarnos tanto en algunas actividades, hasta el punto de que cualquier cosa a nuestro alrededor puede llegar a pasar desapercibida. Okuma Tanukichi se preguntaba, una y otra vez, como era que no se había dado cuenta.

            Ayame se veía muchísimo más linda que de costumbre. Su largo, y lacio, cabello azabache se hallaba suelto en su totalidad, llegándole hasta un poco más arriba de la espalda baja. Traía puestos sus anteojos de pasta, cuyos cristales, perfectamente cuadrados, parecían brillar con luz propia. Detrás de éstos, los ojos ambarinos de ella lo miraban con una malicia tan intensa, que casi podía sentir como intentaba quemarle la piel.

            Pero esto no era todo, al bajar la mirada, notó que estaba ataviada con una bata. Pero no era una bata cualquiera, ya que ésta era completamente transparente; lo que facilitaba mucho la visión del escultural cuerpo de su esposa. Aquella hermosa y bien formada figura fue suficiente para dejarlo sin aliento por unos breves momentos.

            Podía ver, sin ningún problema, sus grandes pechos, que estaban cubiertos por un ajustado sujetador de encaje negro. Su estrecha cintura, sus anchas caderas y, finalmente, haciendo juego con el sujetador, llevaba unas bragas también de encaje y del mismo color.

            El darse cuenta de todo esto fue tan repentino, tan espontáneo, tan... inesperado, que, por unos segundos, se le hizo imposible reaccionar.

            A parte de que casi se atraganta con su propia saliva, el enorme y, ridículamente notorio, sonrojo que cubría todo su rostro, no hubo ningún otro movimiento de su parte.

            —¿Y bien? —preguntó ella, seductora—. ¿Aún no se te ocurre algo que podamos hacer para aprovechar ésta media hora libre? —Apoyando la otra mano, se inclinó un poco encima del escritorio, quedando su pálido rostro a pocos centímetros del de su esposo—. Porque, a decir verdad, yo si tengo un par de ideas muy interesantes para matar el tiempo~.

            Con esto dicho, procedió a enderezarse y, dando media vuelta, se dispuso dejar la habitación, contoneándose más de la cuenta.

            Apenas le hubo dado la espalda, además de todo lo ya visto, el hombre de cabellos castaños pudo apreciar su bien formado trasero, cubierto tan sólo por sus bragas y esa bata casi invisible, que le permitía verla en todo su esplendor.

            Por fin reaccionó, como si estuviese hipnotizado, y la siguió.

            Todo síntoma de cansancio y fatiga habían desaparecido, quedando en su lugar una gran excitación y el más creciente e incontenible deseo.

            De ésa forma, el buen Tanukichi obtuvo su media hora de distracción gracias a la oportuna intervención de su esposa, la astuta Kajou Ayame.

Más allá de lo obsceno || Ayame x TanukichiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora