Cordura

1.5K 161 169
                                    

Había vuelto al pasado con la intención de salvar a Hina, de ser el líder de la Touman.

¿Como mierda había terminado así y con el?

Ciertamente no lo sabía, ¿cuando, como, donde, por qué?. Eran preguntas sin respuesta, de esas preguntas que se necesitan pronunciar en voz alta, de aquellas que se sabe la respuesta, pero que buscándole un sentido se las vomita, o más exactamente, era de las que se proclamaban a gritos tratando de aparentar no haber perdido la cordura, por muy poca que fuese. Sí, era de éstas últimas.

¿Gritar esa pregunta le devolvía algo de esa cordura abandonada, de esa que había ido dejando de a poco e inconsciente y que de repente, aposta, había soltado sin problema alguno al verle?. Seguro que no y si lo hiciera volvería a dejarla por ahí, en algún lugar recóndito e insonoro, para que no interrumpiera de repente mientras se perdía en el cuerpo ajeno.

Pero no, no, el no aceptaba eso. El no lo había querido, era cosa del destino, del universo, tal vez de Dios quien sabe, pero no de él, el no tenía nada que ver. Lo hacía por los otros, sí, por esos amigos por los que había luchado sin descanso por salvar, por ella, sí sólo era eso, no había más razón que aquella. No era por lo jodidamente atractivo que era el otro, o por su sonrisa que siempre iba cargada de un tinte malvado y una socarronería que no sabía que era posible para una sonrisa, ni por la forma en la que caminaba, como si no fuera solo un muchacho inteligente que carecía de habilidades de pelea, o por la seguridad con la que hablaba como si lo que salía de su boca fuera una verdad absoluta, y claramente no era por la forma en la que solía mirarlo, como si fuera alguien al que le encantaría someter, y sobre todo no era por la forma tan jodida en la que todo aquello le gustaba, le ponía, ni por la tensión, que fue aumentado y cambiando cuando aquel se dio cuenta de todo eso.

Mierda, ya no podía negarlo claramente había perdido la cordura.

No sabe en que momento sucedió, no sabe como sucedió, sólo sabe que el cambio inició lento, que lo primero que cambio fue la forma en la que se movía a su alrededor, luego fue la sonrisa, el toque fugaz de unas manos pasando por distintos lugares, pero discretas, tan fugaz que aveces creía que lo imaginaba. Después fueron sus interacciones verbales, que pasaron de ser casi nulas a algo cotidiano, algo cómodo, hablaban por teléfono y en persona, se veían dentro y fuera de las reuniones de la touman, aveces en su casa, aveces en la ajena.

Pero no la necesitaba, para que querría alguien la cordura, para que la querría él.

Y un día, un día también cambio el toque, ese que antes era fugaz y discreto ahora era todo lo contrarió era firme, indiscreto y se paseaba por todo su cuerpo sin pudor, tomándose su tiempo, recorriéndolo como si le perteneciera. El no se quedaba atrás, adoraba tocar el cuerpo ajeno, aquel que con ropa parecía tan escuálido y que sin ella era tan fuerte.
Sus toques, ciertamente, no eran suaves, eran incisivos, demandantes, trazaban sus cuerpos con desesperación con terquedad como quien dibuja un plan o un mapa por el que ha hecho demasiadas cosas y visitado demasiados lugares, muy hermosos como para no grabarlos en algún lugar.

Luego la tensión, incluso el odio que antes sentían por el otro desapareció, no, en realidad se traslado a otro lugar, tomo otra forma. Una más placentera.

Y acaba de recordarlo, el momento en que todo cambió, cuando había que pisar el acelerador o el freno.

Fue luego de una pelea de la que el, de alguna forma, había salido ileso, y el otro para su sorpresa había salido bastante golpeado, cosa que era rara. Se encontraron en una plaza cada uno se dirigía a su hogar, como en un cliché iban en distinta dirección pero de frente, el otro no lo miraba, cuando sus hombros chocaron, al cruzarse en un punto del camino, los dos se miraron esperando que alguno dijera algo que estaban seguros desencadenaría en un sinfín de insultos y humillaciones, y que por el agotamiento físico y mental que estaban sintiendo, iban a tener que  declinar, sin ser amables para evitar confusiones, la oferta de una riña segura a esa hora de la noche. La sorpresa fue que ninguno hablo, nadie soltó un "¿qué, ese peinado además de hacerte ver patético no te permite ver?" o "¿y que hay de vos, esas gafas son sólo un intento de verte menos estúpido?", sino que por el contrarió, Takemichi se hallaba preguntándole, a él, ¿Estas bien? y como sí, todo lo anterior incluyendo su pregunta no pareciera una jodida broma y lo tuviera estático de la confusión, lo escuchó responder "Sí, pero no tengo quien cure las heridas", así sin insultos o comentarios irónicos, y lo dijo como sí le doliera no tener alguien que lo curé, así que por segunda vez en la noche le hablaba.

Flor de LotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora