Parte Uno: Piloto

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Miro hacia el techo mientras Ana cambia mi pesado pañal. Solo puedo limitarme a succionar mi chupete con fuerza mientras una pequeña lagrima recorre mi mejilla derecha. Ana me mira de reojo y veo como me lanza una cálida sonrisa mientras me alza y me coloca cerca de su pecho.

- Creo que alguien necesita tomar la leche de mama. ¿A qué no, nene?

No puedo hablar, he perdido ese privilegio si no quiero ganarme un par de nalgadas y unos 15 o 20 minutos en la esquina como castigo. Simplemente niego con mi cabeza, tratando de que Ana entre en razón y me deje ir, pero ella simplemente se retira su blusa en un costado y se sienta conmigo en una mecedora vieja que hay en un rincón. Ana acerca mi boca a su seno izquierdo después de tenerlo descubierto y con su mirada me pide que succione un poco de leche maternal.

Mis labios tocan su puntiagudo seno y cierro los ojos mientras succiono de este. Ana rie un poco mientras me coloca su mano derecha debajo de mi pañal nuevo.

Que buen bebe eres, Santi.

Ojalá nunca crezcas...

No siempre fui un niño de 5 años con problemas de ir al baño, o un niño al que tratan todos los días como un pequeño infante... Como un bebe. Recuerdo que hace poco tenía 23 años, tenía muchas riquezas, carros, propiedades y demás cosas que muchos soñarían tener, pero que nunca alcanzarían lograr tener.

Ahora no tengo nada, y todo es culpa mía. Ya no puedo cambiar de forma y volver a mi edad real.

Desde los 8 años, he sabido que puedo cambiar de forma.

Al principio, aprendí a cambiar mis rasgos físicos, como el color de mi pelo, mis ojos, mi estatura, entre otros. Mi padre, quien falleció poco después de que mi madre pereciera a causa de un terrible cáncer, sabia sobre mis habilidades, ya que aparentemente era un poder que teníamos todos los varones primogénitos en nuestra línea familiar. Tanto mi padre como su padre podían usar sus poderes hasta cumplir la edad de 24 años, lo que era un gran poder para usar en la niñez, adolescente y adultez joven, como muchas veces lo hice a través de mi vida.

Todos los hombres de mi familia teníamos una regla, una simple y sencilla regla... Nunca, pero nunca, contarle nuestro secreto a nadie a excepción de nuestros primero hijos varones.

Hoy, a mis casi 24 años, ya he roto esa muy importante regla. Y las consecuencias de haberlo hecho son... terribles.

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