•|0|•

62 5 0
                                    

—A continuación, señoras y señores:—Anunció el lugarteniente Hess ante el micrófono de la tribuna, echando un vistazo a la descomunal cantidad de personas que se sentaban expectantes ante la salida de su señor.—¡El Canciller Hitler!—Vociferó con una carrasposa y potente voz que resonó por todo el recinto, seguida de una ráfaga de aplausos cuyo sonido se asimilaba a las monstruosas olas del mar.

—Señor.—Murmuró Goebbels mientras observaba al canciller fijamente a los ojos.—Ya es hora.

El Führer se levantó de su asiento mientras evadía con arrogancia la mirada nerviosa de su secretario.

Después de cada paso que daba, su corazón latía más rápido. Sin embargo, no estaba nervioso. Estaba a punto de convencer a todo el Imperio Alemán de que ellos eran la raza aria que debía gobernar sobre Europa y el mundo entero. No había tiempo para patrañas, ni mucho menos para estar nervioso.

Subió las cuatro pequeñas escaleras de la tribuna y detuvo su caminar una vez estuvo frente al micrófono. Los gritos y aplausos que lo acompañaron en el camino comenzaron a desvanecerse.

Se tomó un par de segundos para acomodar las palabras en su cabeza. Miró la hoja de papel que yacía sobre el atril con su discurso escrito en ella, y leyó la primera línea. Levantó la cabeza, y con una voz ansiosa pero firme, comenzó a orar:

—Cuando a nuestro partido lo componían únicamente siete miembros, ya teníamos dos principios: Primero, sería un partido con una verdadera ideología; y segundo, sería intransigentemente, ¡El primer y único poder que regiría en la Gran Alemania!

Otra ovación se hizo notar en el lugar. Levantando sus brazos derechos al aire y elevando sus voces, los seguidores de aquel tenaz hombre alababan todas y cada una de las palabras que salían de su boca.

La siguiente frase fue un retrato de la anterior: Leyó sus líneas, y al llegar al punto y aparte de la hoja, los mares enviaban hacia él una ola gigantesca que le hacía esbozar una sonrisa de satisfacción.

—Hay siempre una parte del pueblo que sobresale como luchadores activos, ¡Y se espera más de aquellos que afirman: "Yo lucho", que de aquellos que prometen: "Yo creo"!

Frase por frase, punto por punto, coma por coma... La voz del canciller resonaba en el recinto y sus palabras penetraban en lo más profundo de los corazones del pueblo que lo escuchaba.

—¡Otra vez, el pueblo vendrá, se motivará, y será dichoso, y la idea de nuestro Movimiento se alimentará dentro de los alemanes, y con éste, vendrá el símbolo de la eternidad! ¡Larga vida al Movimiento Nacional Socialista! ¡Larga vida a Alemania!

¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler!...

Blanco Y Rojo: Paz Y Sangre | Elian.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora