•|Capítulo 3|•

25 1 3
                                    

Los días pasaban, y su cuerpo se iba deteriorando cada vez más. Athalia consideraba la misma idea que tuvo su padre hace dos años cuando ella apenas tenía 6 años de edad: Lanzarse a la cerca eléctrica y morir ahí.

Morir. Quería morir. No podía soportarlo más.

De repente vio la viva imagen de un soldado parado en frente de ella. Era Wagner.

Ella levantó la mirada y le sonrió, y lo abrazó con fuerza ajena a cualquier guardia que la viese. No le importaba.

Porque Wagner había muerto dos semanas atrás.

La última vez que se enfrentó a un soldado que golpeaba sin piedad a un prisionero, fue delatado, y esa misma tarde, lo fusilaron en frente de todos los guardias, trabajadores e incluso, del comandante.

Detrás del soldado de radiante sonrisa se encontraba su padre. Atrás de él, su hermana mayor, y miles de judíos y personas de otras razas que Athalia tuvo la oportunidad de conocer cuando estuvieron vivos. Unos murieron en la horca, muchos otros en las cámaras de gas, otros pocos fusilados, algunos se suicidaron, y otros simplemente murieron a golpes, de un tiro en la cabeza por no seguir órdenes, y otros, de desnutrición y sobreesfuerzo.

Ella podía verlos. Podía hablar con ellos, abrazarlos y desahogarse cuando lo necesitaba. Su padre, su hermana, y especialmente el soldado Franz, estaban ahí cuando ella no podía más. Le ayudaban a levantarse y a seguir adelante.

Alguna vez le comentó a su madre sobre las experiencias que había tenido con las almas de las personas fallecidas, y ésta le dijo que era o bien esquizofrénica, o bien clarividente. No sabía qué era la esquizofrenia o qué era la clarividencia, pero no tenía intenciones de preguntar lo que era.

Muchas veces, mientras ella hablaba con alguna alma, era interrumpida por los golpes de algún soldado que la tachaba de loca, idiota, perezosa, inútil... Y si protestaba, sólo la golpearían más fuerte o le apuntarían con un arma. Así que se quedaba callada siempre.

Sólo tenía que seguir órdenes y quedarse callada. Esa era su labor como judía.

Porque era una rata y no tenía valor alguno. Porque estaba loca.

Porque, aunque estuviese muerto, podía hablar con Wagner.

Porque al final, Franz Wagner murió contento.

Blanco Y Rojo: Paz Y Sangre | Elian.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora