Capítulo 03

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CAPÍTULO 03

Sebastian abrió los ojos sintiendo la luz del sol chocar contra su rostro, se frotó los ojos mientras maldecía en voz baja, la cabeza aún le dolía. Pequeños fragmentos de lo ocurrido llegaron a su mente y por un segundo rogó que todo fuera falso, que nada de eso hubiera pasado. Observó con determinación la habitación y no encontró nada más que su ropa tirada aun lado del clóset, era obvio que no alcanzo a vestirse la noche anterior.

Se puso unos pans y decidió hacer el desayuno. Ya en la cocina hizo huevos, café y pan tostado; antes de pasar a la sala decidió echar un vistazo cerciorándose de no encontrar de nuevo al espíritu pelirrojo de nuevo, dejó su desayuno sobre la mesa de centro caminó un poco más para agarrar el control de la televisión, cuando estaba por sentarse la escuchó de nuevo.

—¿Qué demonios crees qué haces? — levantó la vista para encontrarla parada a un lado de la puerta de cristal que daba al balcón.

—Dios, ¡Ya basta!, no sé quién eres o qué eres, pero por amor a Dios solo déjame en paz— dijo cerrando los ojos y sentándose el sofá frente al televisor.

—Lo haré solo si te vas de mi casa.

La pelirroja respondió y Sebastian bufó ante ello. Era claro que si ella insistía en que se fuera era porque ella había vivido aquí. Sebastian abrió los ojos para encontrarla sentada a su lado en el sofá.

—Escucha, no sé la razón por la que aun estas aquí, pero este ya no es tu hogar. Lo más probable que hayas muerto, pero un no lo sabes y... es mejor que camines hacía la luz.

La chica miró con confusión a Sebastian y soltó una risita que solo hizo al ojiazul fruncir su ceño.

—No estoy muerta y tampoco hay una luz así que deja de hablar tontería— ella volvió a reír —además esta es mi casa y lo sé porque aquí hay una fotografía que...

Hizo silencio mientras giraba al pequeño mueble que contenía únicamente el teléfono y una lámpara, se quedó quieta mirando.

—¿Qué has hecho con mis cosas? — preguntó con un tono enojado mientras se ponía de pie.

—¿Tus cosas?, No había nada cuando llegué aquí...

—Claro que sí, te juro que si no las regresas te voy a...

—¿A qué?, No puedes hacer nada eres un espíritu que no me deja en paz—. respondió el ojiazul algo fastidiado.

—Ya te dije que no soy un espíritu, no estoy muerta. Yo sólo...

—¿Entonces qué eres?, ¿Por qué estás aquí?, ¿Quién eres? —Sebastian atacó con preguntas viendo como el rostro de la chica se veía cada vez más confundido.

En la mete de ella habían rondado esas preguntas desde la noche anterior por el simple hecho de que no tenían respuesta alguna. No sabía quién o qué era, sólo sentía que ella pertenecía a ese lugar.

—Yo-yo no lo sé— respondió con sinceridad y tomando asiento de nuevo.

—Si no lo sabes, ¿Cómo estás tan segura de que tú vives aquí? —los hombros de la chica se alzaron respondiendo con un simple "porque lo siento", Sebastian suspiró y talló sus ojos. —Bien, según tú lo sientes... Dios debo estar quedando loco.

Llevó sus manos hasta su cabello y dio otro suspiro, se paró y camino por el pasillo hasta su habitación buscando algo de ropa para salir.

—¿A dónde crees que vas? — la voz de la chica se escuchó en la puerta.

—Iré a buscar ayuda, tal vez un sacerdote, algún loco caza fantasmas yo qué sé—. se colocó la camisa y se volteó para ver a la chica –No tengo que decirte a dónde voy.

Como si fuera cierto | Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora