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Kisaki se vió un día al espejo y sencillamente no se reconoció.
Su cabello originalmente negro estaba seco y matratado por la constante decoloración para llegar al tono rubio que había intentado llevar tanto tiempo. Sus anteojos ya no eran los cómodos de pasta gruesa y firme que usaba antes, estos habían sido reemplazados por unos de cristal al aire y una pequeña marquesa dorada superior. Incluso había comenzado a hacer ejercio para ya no ser el esqueleto humano que solía ser.
Y todo lo que había hecho al final no sirvió de nada.
Ni estar en el consejo, ni en el club deportivo. El haber cambiado la música que le gustaba por una más sosa y actual, o dejar de usar sus camisas y sueteres agradables para llevar esas camisetas con diseños tan feos que si los veía en otra persona probablemente se cambiaría de acera. Empezar a usar ese estúpido copete incómodo, haberse salido del club de ciencias y dejado su puesto como representante del grupo de robótica.
Todo lo había hecho para conseguir el amor de Hinata. Y no lo consiguió.
Aquella canción de Talking Heads le estaba taladrando la cabeza desde hacía horas. El cuarto vacío a excepción de su propia presencia le parecía deprimente, realmente él sólo quería...
