[6] Virgo

215 21 2
                                    


A veces alegría, a veces tristeza, en un espacio muy pequeño podría decirse que las cosas eran inequívocamente frustrantes y aunque intentó olvidarse de aquel asunto..., era imposible.

Había pasado largas semanas meditando en todo ese problema, tratando de olvidar, tratando de evitar pensar en asunto que al final no eran suyos porque su verdadero trabajo y destino era el velar en su inmaculado camino hacia la verdad.

Pero al final..., era humano y falló.

¿Necesitaba acaso de sus ojos para ver la verdad? Era imposible que un simple humano le ocultara sus deseos o pensamientos, al final, él siempre terminaba por saberlo. Se frotó la frente, sintió el aire frio de la noche arribando dentro de la Sala Gemela, por primera vez la brisa le causó incomodidad, y aunque no podía ver la belleza de aquel lugar..., simplemente en su mente lo imaginó perfectamente.

No nos separaremos ni en la alegría ni en la tristeza

Esas palabras fueron como una molestia en un principio, sabía que debajo de aquel velo, ella había llorado como nunca, que debajo del velo se escondía el rostro de una víctima más de las costumbres de su país.

¿Hasta qué punto llegó?

Sabía que había declinado. Sabia que tuvo un desliz de lo más bochornoso, pero al final de todo era un simple humano de carne y hueso, y aquello le hizo enojar mucho más porque cedió a lo que tanto criticaba a sus camaradas, ni siquiera su sabiduría lo ayudó a evadir ese insignificante camino, porque al final ella había entrado a su vida desde el día en que tuvo la delicadeza de darle un pedazo de pan aquel día de su entrenamiento.

Debió rechazarla. Debió expulsarla de su campo de entrenamiento, pero ella jamás la trató como si fuera un ser de otro mundo, ni a pesar de su estado cuando inició su arduo entrenamiento.

¿Acaso la salvó solo porque estaba en deuda con ella? ¿Después de muchos años se atrevió ayudarla?

Asmita de Virgo alzó la cabeza tratando de buscar alguna respuesta o castigo por haber intervenido en el sagrado ritual de su gente, tal vez Buda lo iría a repudiar o maldecir, lo que fuera, las cosas ya estaban hechas y no había nada que pudiera cambiarlo. No había un reloj del tiempo para retroceder dos días atrás y evitarse un gravísimo problema.

—¿Cuánto más vas a dormir? ¿Acaso estas fingiendo? —habló al percatarse de la respiración inusual de la jovencita que yacía acostada entre las flores, encima de su capa blanca.

—Señor Asmita—musitó en un todo tan melancólico, arribada a la tristeza—, lo lamento—se talló los ojos e inmediatamente se postró ante él, muy sumisa y temerosa—; sea quizás mejor devolverme con ellos.

—¿Devolverte? —cuestionó sin moverse, necesitaba ordenar sus pensamientos— ¿Qué cambiará que haga eso? Las cosas ya están hechas, morirás de igual manera si vuelves a nuestro pueblo.

La jovencita sentía tanta culpa y vergüenza, apretujó sus puños sin percatarse del ardor en ellos, suspiró y miró con disimulo el entorno maravilloso en el que se hallaba, tan pacifico, tan bello, tan agradable y sobre todo sentir una paz inmensa.

—Mi vida no es más que una sombra, mi señor—musitó con mucha pena, no podía llorar—; mi deber era adorar a ese hombre en cada momento hasta que mi vida terminara.

—No eres sombra de nadie, eres una mujer libre.

—No hay mujer libre en nuestro pueblo, mi señor.

Asmita movió la cabeza para dirigirse a ella, a pesar de no verla, era evidente que imaginaba ese pequeño rostro con una expresión tan mortificada por lo que había sucedido. Suavizó su rostro y ella se limpió las lágrimas, ya no era una niña.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 20, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

RapsodiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora