Culpables

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El coqueteo empezó y yo no pude evitarlo. Me gustaba sentirme querida y atraída por dos personas distintas, que me provocaban sentimientos contrarios pero que me encendía algo adentro inexplicable. Cada día de clases, nuestras manos se rozaban cuando hacíamos masa, o cuando ambos íbamos a sacar algo de la heladera. Me corría una electricidad por mis manos y por mi cuerpo indescriptible.  Y él era consciente de sus efectos en mi. 

Dentro de la cocina, había una pequeña habitación, en donde dejábamos nuestros útiles y donde nos poníamos el delantal. Un día, estábamos guardando el delantal con Maribel, y entró Iván con Abel. A mi amiga le brillaban los ojos cuando veía a su amor, y con un beso y abrazo se despidió de mi, para ir almorzar con Iván, dejándonos a solas con Abel.

A decir verdad, estar sola con él en un espacio reducido luego de tanto coqueteo, fue difícil. Me miraba con hambre, sus ojos marrones se convirtieron en negros y sin decir palabras, se me acercó y me besó. Ese beso hizo estallar fuegos artificiales en mi panza, y en mi corazón. Nos besamos largo y tendido, hasta que por falta de aire, nos separamos. Yo no sabía que hacer ni que decir, asi que lo más inteligente que pude hacer fue salir corriendo, y como típica de novela cliché; Diego me esperaba afuera de la escuela para vernos un ratito. Me vio rara e hizo muchas preguntas, que pude evitar fácilmente pidiéndole que no entremos a clases por que quería estar con él a solas. Hicimos el amor toda la siesta, y yo no sacaba de mi mente el beso con Abel, y eso me hacía ponerme más cachonda. A decir verdad, no entendía como un hombre con sus dedos me provocaba algo tan satisfactorio y otro hombre, dentro de mi cabeza, con un beso hacía querer desearlo tenerlo ahí mismo. 

Así pasé varios días, fingiendo ser feliz al lado de Diego y que el beso con Abel no había significado nada. Cuando nos encontrábamos a solas, trataba de hacerle entender que no podía estar con él, que tenía novio y que me habían enseñado que tenía que respetarlo. Pero él, era muy obstinado. Les juro que hizo de todo, cada día me regalaba algo, me dejaba mensajes en el pupitre, me acorralaba en cocina y me robaba besos, me compraba chocolates o me regalaba la fruta que nos daban después de almorzar. Y así, después de tanta insistencia, cedí. Y no fue por sus regalos, fue por que llegué un día y lo vi hablar con una chica de un año más grande: Nadia. La típica chica linda del colegio, con las mejores habilidades en deportes y un cuerpo de infarto. Lo vi sonriendo y hablando muy cerca y mis celos me impulsaron a llegar hasta él y besarlo como si no hubiese un mañana. 

Recuerdo los ojos de Nadia, sin entender que estaba pasando. Recuerdo mis compañeros y amigos gritando y sonriendo por que al fin me había animado a besarlo. Recuerdo mi corazón y el suyo latiendo a mil por horas, pecho a pecho, abrazados, rozándonos, sus manos en mi cintura y las mías en su cabeza. Recuerdo todo como si hubiese sido ayer. Fue algo mágico, lo sabía, lo sentía, pero volver a la realidad había sido mucho más duro de lo que había pensado. 

Mi Diego, había visto todo desde la esquina de la escuela, había visto todos mis movimientos y yo me había olvidado de su existencia. Al terminar de besar a Abel, vi todo con claridad: me lo había echo apropósito, había sacado de mi, lo peor; mis celos, mi frustración por verlo con otra. Y todo era mi culpa, era culpable por estar engañando a Diego, por engañarme a mi misma, por mentirme y por querer a los dos. 

No le deseo a nadie todo lo que me pasó en esos segundos: de repente vi a Diego encima de Abel pegándose, a mis amigos intentando separarlos, Nadia gritando que soltaran a Abel y yo, parecía una estatua parada en el medio de todo sin poder reaccionar, hasta que mi amiga me tomó del brazo y me sacó del medio. Reaccioné a sus ojos de kiwi, como le decía yo, que no paraban de mirarme a mi y al desastre que había atrás mio. Me dijo algo que no comprendí, y me llevó lejos de la escuela.

Me acuerdo haber llorado toda la tarde, mi celular no paraba de sonar, me llamaban los dos, la llamaba Ivan a ella, pero no respondíamos ninguna de las dos. Estuvimos solas hasta que me calmé y pude irme. De camino a casa me terminé de convencer que debía dejar a Diego, le había echo mucho daño. Le mandé un mensaje y llegó a mi casa con un ojo morado y el otro rojo de tanto llorar. Al verlo así, se me derrumbó todo lo que había estado practicando y no había palabra que calmara el dolor que le estaba provocando. 

Recuerdo sus palabras, sus gestos, su enojo y su furia por haberlo traicionado. Me tiró afuera de mi casa, todas las cosas que le regalé y que escribí en su momento, y se fue con la frase ALGÚN DÍA TE VAS ARREPENTIR. No fue una amenaza, fue una advertencia.

Después de mi ruptura amorosa, me sentí libre. Libre de hacer lo que yo quisiera. Me empecé a maquillar mas, por favor, tenía 16 años y estaba en mi mejor etapa. La fiesta empezaba los jueves y terminaba los domingos, cada noche tenía un lugar distinto y un grupo diferente para bailar. Me hice muchos más amigos, el alcohol se fue haciendo mi compañero de viaje. 

Llegó el verano, y no había día que no hiciera algo: pileta, gimnasio, salidas, shopping, todo con mis amigas, me refugiaba en ellas y en alcohol. Nunca fui de esas ebrias que iban andar llorando atrás de alguien, no! Al contrario, me daba un poder sobre natural que hacía que no tuviese vergüenza.  Creo que le pasa a la mayoría. Si se preguntan que me pasó a mi, les diré que a mi corazón le había puesto un candado y había tirado la llave. Nadie podía hacerme mal. Al menos por el momento.

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⏰ Última actualización: Sep 20, 2021 ⏰

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Mi vida después de un abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora