Capítulo 1.

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  • Dedicado a Raquel Cano Cabrera. Evelyne Trujillo Parras. Victoria y David.
                                    

“¡Vamos, a la mesa! ¡Unai ayuda a la abuela! ¡Mayra, coge el taburete!”

Profería desde el salón Enid, la madre de ambos niños. Unai debatía con Jonay, su abuelo, y Gael , su padre, acerca de los estudios y sus últimos resultados. Siempre parecían estarle apremiando, incluso cuando en su boletín brillaba por su ausencia lo excelente y en su lugar podían verse suspensos que hacían cuestionar a cualquiera si realmente había asistido a las clases o las usaba como un mero pasatiempos al que acudir por obligación. Todos decían que se esforzaba, pero la realidad estaba bastante alejado de ello.

Mayra aún no podía criticar sobre aquello, entre otras cosas porque no entendía del todo los conceptos que a él se referían, menos aún tratándose de la escuela superior, cuando ella aún residía la primaria donde no había números denotando la calificación sino un apunte del tutor o tutora certificando cómo avanzaba a lo largo de los trimestres el alumno o en este caso; alumna.

Como un latigazo, pudo verse la melena volátil, lacia y negruzca de la muchacha de apenas seis años de edad correteando hasta la cocina para alcanzar como podía su silla habitual denominada por el resto “taburete”. Para ella, era mucho más. Era como un trono para su reina. Como una varita para un mago. Algo únicamente exclusivo para ella, para su uso individualizado.

Al ser algo pesada la madera que componía dicho escabel, optó por arrastrarlo creando un leve chirriar contra las baldosas que se extendían a lo largo de la antigua casa.

Jone, su anciana abuela que parecía tener más vitalidad en el cuerpo que toda la familia junta, flexionó ambas rodillas para poder coger la silla de la pequeña y ayudarle así a llegar antes al salón, sin estar machacando los tímpanos de cada uno de los residentes del hogar.

La niña, siguió a su antecesora y mientras ésta colocaba correctamente la banqueta posó sus gruesos labios sobre sus mejillas pobladas de arrugas ,provocando que se creasen incluso el doble ante la sonrisa de la contraria, que tomó su ovalado rostro entre mano y mano y lo pobló a besos. Un signo de cariño, un simple detalle con el cual muchas veces se puede agradecer mucho. Señal que algunas personas no son capaces de dar y demuestran a través de otros medios. O incluso, un usual acto que omitimos porque ya está implícito.

“¿Tanto cuesta dar mimos?” Se preguntaba a sí misma cada vez que su hermano mayor apartaba el rostro o fruncía la nariz al recibir éstos, o los negaba.

“¿A caso es malo recibir cariño?”

Una pregunta que muchos nos podemos plantear. Frecuentes costumbres que se pierden y no debería ser así.

Jone como solía hacer, repartió la comida para todos dejándose a sí misma para el final. Algo que los miembros de la familia solían recriminar pues se ocupaba de todas las tareas y descuidaba que su satisfacción quedase anulada con tal de complacer al resto.

Repiqueteaban las cucharas contra los platos de porcelana, creando ritmos inconexos que si bien fueran representados en una orquesta, no podría llamarse precisamente arte.

Por el contrario en la mente de Mayra cada fricción del utensilio contra su recipiente de lentejas y los del resto eran armonías que desarrollaban una canción en su recóndita y entrevesada mente, provocando movimientos en sus extremidades finales como bien eran manos y pies.

Enid apoyó una mano con dulzura sobre el muslo interior de su hija, atrayendo su atención para que estuviera quieta y se dedicase a lo que tenía en frente : la comida.

En busca de mi Superhéroe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora