Mañana después del día de brujas - 1970 - El Dios de las llamas

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Se hizo una trenza en el pelo sentada en la ventanilla dejando un suspiro al despejado cielo entre las nubes, pronto llegaría. Tenía muchas ganas de verlo después de muchas postales y llamadas a larga distancia por años, bajó del avión con su gabán beige abotonado hasta el cuello allí hacia un frio terrible aún más que en nueva York. Llevaba un vestido de algodón de lunares verdes y botas marrones hasta la rodilla, caminó solo unos pasos con su maleta por el andén del aeropuerto y lo vio, su sonrisa se amplió mientras que dejaba de respirar por un segundo. Él dejo el cartel que decía Sweet Candy a un lado y la abrazó con la emoción de un niño entre giros.

- ¡¡No lo puedo creer!!.. – la miro de arriba abajo - ¡Que hermosa estas! mejor que en las fotografías - volvió a abrazarla con fuerza -  tenía que casarme para que te animaras a venir después de rogarte por seis años, esto tendrás que resarcirlo

- La chica a su lado la miro con una sonrisa tímida y la abrazo como si la conociera también desde niña – tenía que ver con mis propios ojos que mi mejor amigo diera el si en el altar - Como estás de linda Charlotte. Cuando nos vimos en Nueva York hace cuatro años te encomendé a este hombre y ahora darán el gran paso

- Me costó un poco atraparlo - contestó con la cierta timidez que la caracterizaba

- ¿Y tú?. ¿Atrapaste algo? – Anthony alzo las cejas repetidamente

- ¡¡No!! o si... uno que otro amigo pasajero... Nada tan serio como para traerlo a conocer a una parte de mi familia - rio

- No cambiaras.. ¡¡vamos!! Mamá y papá se pondrán eufóricos al verte después de tantos años

El lugar era majestuoso, parecía un castillo medieval con hojas verdes que parecían salirle del interior, era un sitio lujoso. Ya sabía que la familia por parte de su madre tenía mucho dinero, pero hasta ese momento comprobó que tanto no pudo sentirse mas que maravillada y admirada. La familia de Anthony habían sido sus vecinos por años y eran personas de gran corazón, dulces y sencillas. Estacionó el auto en un lugar en donde habían muchos más todos de modelos recientes y brillantes. Su prometida exclamo con emoción que tenían la casa llena con un poco de nerviosismo que lógicamente sentiría cualquier novia previo a su boda, pensó de pronto que ojalá a ella nunca le toque ser una porque sería una esposa terrible. Hasta uno de los sirvientes llevó su equipaje.

Como era de esperarse saludó a muchos de ellos, los había conocido a lo largo de los años como su vecina y amiga, aunque la mayoría tardó en reconocerla no eran las típicas personas de clase alta de esos que miran por encima del hombro, pronto los tuvo abrazándola con un cariño casi como si fueran sus tíos y primos. Los padres de Anthony le dieron una calurosa bienvenida y su madre hasta derramo con sensibilidad algunas lágrimas, le dio la sensación de que aún podían verla como a una niña. Pasado el momento familiar y las preguntas sobre su madre y su nuevo esposo la condujo a una habitación. Era tan grande como su departamento rentado en el centro, la vista era increíble daba hacia el frente de la casa y el amplio verde que se extendía hasta el horizonte. Podía ver también el camino por donde habían llegado y algunos de los invitados caminado a lo lejos, además tenía un balcón estilo victoriano que adoró. Si fuera por ella se quedaría a vivir allí para siempre. Se asomó por la barandilla, arriba, abajo y a su derecha habían más balcones de otras habitaciones, parecía más bien un hotel de lujo privado.

- Escogimos especialmente esta para ti - le sonrió con cariño su amigo y sus ojos se empañaron de ternura. Lo abrazó - Sabes que deseo toda la felicidad de este mundo para ti y Charlotte. Son cómo mis hermanos. Los que nunca tuve.

Se dio un largo baño relajante en la tina de espectáculo como salida de un castillo ya que debía cambiarse, aquella noche habría una gran bienvenida con un brindis y por la mañana durante todo el día la boda. Se colocó un vestido liso color crema muy europeo de algodón y mangas cortas con un cinturón rojo que enmarcaba su pequeña cintura combinado con sus botas altas rojas, ató su cabello en lo alto con una cinta de seda roja y fue por una copa al gran salón. Adentro las chimeneas eran ornamentadas y enormes, mantenían el ambiente a diferencia del viento frio del exterior. La música suave y ver a su mejor amigo feliz y sonriente la llenaron de una paz alegre, se acercó a una de las chimeneas atraída por el naranja amarillento del fuego que se le hacía hipnotizante. Si ponía atención el crepitar de la llamas era un sonido bastante tranquilizador en lugar de aterrador desechó la idea y camino tomando un poco del vino blanco hasta una de las ventanas de piso a techo del precioso salón mirando caer la tarde, apenas había una luz azul en el cielo y tonos naranjas a lo lejos. 

Druidas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora