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El manto de la noche lóbrega arropa al alma que lamenta una pérdida, el cielo le sonríe y el viento que ingresa por el gran ventanal la arrulla con una canción de cuna como si de un infante se tratase

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El manto de la noche lóbrega arropa al alma que lamenta una pérdida, el cielo le sonríe y el viento que ingresa por el gran ventanal la arrulla con una canción de cuna como si de un infante se tratase.

Gimoteos lastimeros resuenan dentro de aquellas cuatro paredes, donde un hombre que lo ha perdido todo en la vida se cuestiona una y mil veces "¿por qué?", "¿por qué ellos y no yo?"

«—¡Channie, Channie!

—¿Qué ocurre, cielo? ¿Cómo te fue?

MinHo avanzó con rapidez hasta su novio –quien se encontraba esperándolo fuera de aquel gran instituto–. Saltó y rodeó las caderas contrarias con sus piernas una vez estuvo frente a su mayor, quien lo tomó de los muslos para evitar que caiga mientras dejaba un suave y casto beso en los belfos rosaditos de Lee.

—Traigo una buena noticia —El rubio había anunciado, a la vez que posaba sus manitos en los fuertes hombros de Christopher—; ¡me dieron el trabajo!

Un par de medialunas se formaron en los ojitos del pelinaranja, quien sonreía alegre ante el chillido emocionado de su pareja; había estado al tanto de lo mucho que MinHo ansió el poder obtener aquel empleo como profesor de baile en una de las mejores academias de la ciudad, por lo que compartía aquel sentimiento de orgullo y felicidad.

—Éso es genial, Honnie. Eres increíblemente talentoso, sería una terrible decisión no haberte aceptado.

El menor se sonrojó por lo antes dicho, ganándose un chillido de un enternecido Bang Chan.

Esa tarde, la pasaron celebrando, viendo unas películas viejas que el padre de MinHo tenía en unos CD's. Se mimaban y embriagaban con el aroma del otro, sintiéndose más que vigorosos al tenerse».

La luna oculta tras las nubes observa en silencio al pálido hombre y comparte el luto eterno, porque sólo ella ha sido testigo de cuánto ha sufrido Bang; cuánto daño le ha provocado la partida de su esposo y de su pequeña Roseanne.

—¿Podré volver a verlos algún día? —Un sollozo angustiado resuena dentro de la gran habitación que alguna vez compartió con su amado. Christopher suelta balbuceos y gritos entre ágiles lágrimas, dolido por la ausencia de su familia.

Porque aunque hayan pasado más de tres años, los recuerdos de aquel accidente en donde perdió a las razones de su felicidad siguen rondando por su mente sin cesar, y no puede evitar de sentirse mal por ello.

—Por favor, regresen... Los necesito...

El de cabellera anaranjada se acurruca en la inmensa cama, sintiéndose indefenso de pronto; abre sus ojos y jura que aún puede oír las etéreas risas de su MinHo y Rose, aquellas que predominaron completamente su morada en sus días más felices.

El australiano voltea hacia la entrada de la habitación, y quizás esté imaginando todo, o eso quiere no creer, pero puede ver claramente cómo la puerta se abre y por ella ingresa aquel hombre de mirada felina cargando en sus brazos a su pequeña niña; suelta una risita, estirando sus brazos para que su hija pueda ir con él, la expresión de admiración en su rostro.

𝐌𝐄𝐌𝐎𝐑𝐘 𝐎𝐅 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐒𝐂𝐄𝐍𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora