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—Érase una vez una doncella que anhelaba con fervor convertirse en la princesa de un relato de hadas, morar en un palacio colmado de soldados y reposar junto a su caballero de brillante armadura

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—Érase una vez una doncella que anhelaba con fervor convertirse en la princesa de un relato de hadas, morar en un palacio colmado de soldados y reposar junto a su caballero de brillante armadura.

—Oh, no, Dulce. Siempre nos deleitas con la misma historia.

—Sí, Dulce, ¿por qué no te inventas un relato distinto?

—Dejad que hable, es tan romántico.

Dulce contemplaba a aquellos infantes con ternura. Hacía dos meses que carecía de empleo y, en verdad, necesitaba hallar una ocupación de manera apremiante. No obstante, mientras eso acontecía, se dedicaba por las tardes a visitar una residencia de infantes huérfanos, al igual que ella. Aquella residencia, donde había crecido.

—¿No les parece exquisito toparse con alguien en algún rincón —dirigió su mirada al firmamento— o, simplemente, mientras cruzas la calle, colisionar con él? Y al alzar la vista, encontrarte con aquellos ojos que nacieron para admirarte y ser admirados —las niñas suspiraron y los niños mostraron gestos de desagrado—. ¿Sabéis? Todas las noches sueño con ello —suspiró—. Sueño con su figura, con sus manos guiándome en el más sublime de los bailes.

—¿Y has visto su semblante, Dulce?

—No, su semblante no. Pero sus ojos sí.

—¿Y cómo eran sus ojos?

—Eran la mirada más hermosa que he contemplado en toda mi existencia.

—No me lo puedo creer. En serio, ¿no os aburrís?

—Sebas, ¿nunca has soñado con enamorarte?

—¡No! ¡Repugnancia! ¡Y besar! ¡No! ¡Lo peor! —exclamó con vehemencia.

—Y después te quedas allí, lleno de babas de la otra persona —musitó con gesto de repugnancia.

—Con un montón de infecciones y bichos extraños —ambos niños se miraron y gritaron horrorizados para luego salir corriendo.

—Tenían que ser hombres.

—Los hombres no son en absoluto románticos, me desagradan.

—No generalices, Naty. Hay hombres como el príncipe azul de mis ensoñaciones —intervino girando—, el más romántico de todos.

—Pues yo deseo uno así.

—Y que nos venga a buscar en un corcel blanco, con una capa ondeando al viento.

Un Gran AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora