Me hallaba ante el lecho, en mi estancia algente, contemplando el vacío, cuando mis piernas flaquearon. No encontraba el motivo, pero estaba inmóvil. De súbito, percibí una presencia junto a mí. Al fin pude girarme para ver de quién se trataba, pero no había nadie. Solo la puerta impávida. Comencé a sentir que me faltaba el aliento y me desplomé sobre la cama con pavor. Me estremecí, recordando todo lo malo que he presenciado. No me sentía seguro. Tras unos instantes, llegó mi madre a inquirirme qué me ocurría, por qué no había acudido con ella cuando me llamó. Espera, ¿me llamó? Eso era lo que cavilaba mientras escrutaba lo que estaba sucediendo. Resulta que mi sentido auditivo había fallado por el espanto. Le respondí que simplemente no le había oído y fui con ella. Me habló de unos asuntos nimios y me retiré a dormir, aún temiendo que algo o alguien acechara en la oscuridad de mi aposento.
161 palabras.