Prefacio

16 5 10
                                    


El aire frío de la primavera estaba contenida por el grueso vidrio del consultorio, las paredes blancas adornadas por cuadros florales, pinturas minimalistas y pequeñas macetas con flores hacían no ver tan aburrida la sala.

— Samara.

La voz se escuchó lejana mientras los pensamientos carcomian su mente y su mirada no se despega de la ventana.

— Samara ¿me escuchas?

— Sam.— devolvió la mirada a la mujer.— solo llámeme Sam, por favor.

— Está bien, Sam ¿como has estado?

— Normal.

— Del uno al diez como calificarías tu semana.

— Cuatro.— se encogió de hombros.

La mujer bajó la mirada y anotó en su cuaderno. Esa semana no fue la mejor en ningún sentido. Su vida iba de mal en peor y lo sabía.

Debes salir y dejar atrás todo lo malo, decían. Pero, ¿como salir y dejar en el pasado todo lo malo, si su familia lo era? Siendo ellos los que te hacen sentir así. Era frustrante.

La hora pasó y Sam no había querido decir ni una sola palabra. Su mirada seguía perdida cuando su padre la buscó del consultorio.

Ella no entendía muy bien lo que pasaba ni porqué se sentía así, era extraño, una sensación de vacío la invadía. No importaba que estuviera rodeada de gente, siempre se sentía sola.

Llegando a su casa sacó todo sentimiento negativo de si reemplazándolo por una sonrisa cuando su madre se acercó a abrazarla y darle mimos.

Su novio la llamó y preguntó por su día, la motivó muchísimo a seguir siendo ella. No había otra persona en el mundo que la hiciera sentir como él lo hacía.

En la tarde fue a casa de su mejor amiga. Nunca dejaba que se sintiera triste en ningún momento, discutían, si, pero eso no dejó que su amistad se rompiera. Ninguna recuerda el momento exacto en donde se hicieron amigas, pero nunca olvidarán que se tienen la una a la otra sin importar qué.

Los momentos felices de Sam no eran tantos pero eran los más valiosos, eso si.

Tal vez todo no era tan malo.

En la noche, al ir a la cama, sola en su cuarto agarraba un libro y lo leía pero no sentía nada. Ni siquiera un atisbo de emoción con la increíble hazaña que hacía uno de los personajes o ese gritito ahogado causado por el primer toque accidental de los protagonistas que hacía ruborizarlos. A ella le daba igual.

Dejaba el libro de lado, apagando la luz mientras veía las estrellitas brillantes que en algún momento de su infancia pegó en el techo de su cuarto. Se le escapó una lágrima. Luego otra. Y otra hasta ahogó un sollozo. ¿Que le sucedía? ¿Por que era así?

— Por favor deja de llorar.— se repetía a sí misma entre hipidos llevándose una mano al corazón.— ¿por qué estoy así?

Definitivamente no lo sabía.

Sus días eran así, rutinarios. Pequeños momentos de felicidad la invadían y se sentía plena. Hasta que llegaba la noche y todo era sollozos ahogados en una almohada.

Tal vez no todo era tan malo. Pensó.

Al menos, hasta que ese todo se pudría.

Memorias de una niña. (Próximamente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora